sábado, 31 de mayo de 2014

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?


Cerramos el mes de mayo y también la semana litúrgica con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Hoy es día de invitación a creer, que Dios aumente nuestra fe. Nuestra Madre donada, en medio de su sencillez y humildad supo dejarse moldear para dar la respuesta acertada, el “fiat” decidido al Padre. Este acto que transformó la historia de la humanidad. La santísima virgen niña, tenía razones especiales para cuidarse, permanecía en oración en el hogar con Ana y Joaquín, allí en Nazaret. Por tanto necesitaba tiempo para asimilar su inesperada maternidad. Sin embargo primó el sentido de servicio y fue con prontitud a cuidar y a confortar a su prima Isabel que vivía en Ain Karin, a una distancia aproximada de 160 kilómetros. La realidad viva del Verbo encamado en ella la impulsa a no detenerse en sí misma y la abre a la dimensión del servicio.

Este ejemplo de María es para nosotros motivo de reflexión – a ¿cuantos kilómetros esta quien nos necesita? ¿Cuántos ancianos o enfermos esperan una visita allí a unos pocos pasos? Tú, en más de una ocasión, has sentido algo semejante? Ella en vez de quejarse de su sacrificio, llega entregando su voluntad de servicio, su alegría y su paz y hasta el nonato Juan salto de gozo. Todo encuentro con Dios produce alegría y paz. Isabel inspirada por el Espíritu Santo, hace un reconocimiento sincero en tono de agradecimiento y María en vez de esperar elogios proclama el magníficat para glorificar a Dios.

"Madre del Crucificado…, María pues es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la misericordia…, sabiendo ver primeramente a través de los complicados acontecimientos de Israel, y de todo hombre y de la humanidad entera después, aquella misericordia de la que « por todas la generaciones » nos hacemos partícipes según el eterno designio de la Santísima Trinidad." (San Juan Pablo II)


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