jueves, 29 de mayo de 2014

El Señor revela a las naciones su victoria.


Los Hechos de los Apóstoles nos narra que Pablo esta en Corinto, ciudad en la que va a permanecer año y medio. Pablo se unió al matrimonio Aquila (esposo) y con su esposa Priscila, con quienes compartió el oficio de fabricar tiendas. Pablo obrero, para sí y pata Dios, modelo para los evangelizadores de hoy. Ante la negativa de los judíos en la región, no se desanima sino que busca alternativas para el cumplimiento de la tarea impuesta por quien es dueño de todo.

El pasaje del santo Evangelio de hoy nos presenta el señor una promesa importantísima, “Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.” La aparente alegría en que el mundo vive, no es real. Cual alegría puede haber cuando el hombre para obtener algo que le pueda colmar sus apetencias, viola los derechos, la justicia y la convivencia, comete abusos, su comportamiento es individualista y mezquino. Y en el fondo lo que existe es una gran esclavitud por la ignorancia de las cosas y de la voluntad de Dios.

La alegría es un don divino, por tanto no os dejemos que nos roben la paz, ni las personas, los acontecimientos ni nuestras apetencias. Para ello debemos revisar permanentemente nuestra relación y nuestro dialogo con Dios. “Pero poco más tarde me volveréis a ver.» la ausencia de nuestro Señor Jesús es aparente, él está siempre con nosotros, está más cerca de lo que no podemos imaginar, esa presencia se caracteriza por el respeto a nuestra libertad donada. Lo podemos ver dependiendo de nuestro estado de gracia y su voluntad: “ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes también vivirán.” (Jn.14, 19) La presencia de Jesús siempre es motivo de alegría. Su ausencia es causa de tristeza y confusión. De todas maneras tarde o temprano, el hombre vera al señor el día del juicio individual.



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