lunes, 26 de mayo de 2014

El Señor ama a su pueblo.


La primera lectura nos invita a salir de nuestro acomodamiento para ir donde está el que necesita de Dios, que al fin de cuentas somos todos. Esa aproximación es para abrir el camino donde el Espíritu Santo hará su obra en las almas. Nuestro Señor no se quedo en el templo de Jerusalén, sino que salió a llevar la invitación a todos, los tres años de su vida pública los paso recorriendo todo el territorio de Israel y sus alrededores. San Pablo hizo lo mismo fue a buscar, fue a donde el Espíritu Santo le inspiraba. Para ir a conformar comunidad eclesial, como signo de vida nueva con la práctica de las obras de misericordia. Y que a la vez es el rescate de la oveja perdida.

En el tiempo las palabras y las obras de Jesús serán ratificadas por el Espíritu Santo. Jesús no habló ni actuó por cuenta propia, sino en nombre del Padre. El vino a decir y hacer lo que el Padre le encomendó. También el Espíritu Santo, en obediencia al Padre quien lo envía, será el que confirme la obra de salvación realizada por Jesús en el mundo. También sus discípulos darán testimonio, porque han participado del mismo Espíritu. Ellos, como Jesús, no hablan ni actúan según su propio parecer o capricho, sino según la voluntad de Dios. Asimismo es el Espíritu Santo quien actúa en la obra misionera. De manera que si queremos ser sus discípulos debemos ser obedientes y con docilidad a la inspiración divina para hacer siempre la voluntad de Dios. Y no nuestra propia voluntad, porque también debemos dar testimonio, lo cual demanda entrega y sacrificios.

Ofrece tu fe para castigar la incredulidad; ofrece tu ayuno para poner fin a la voracidad; ofrece tu castidad para que muera la sensualidad; sé ferviente para que cese la maledicencia; haz obras de misericordia para poner fin a la avaricia; y para suprimir la tontería, ofrece tu santidad. Así tu vida se convertirá en tu ofrenda si no ha sido herida por el pecado. Tu cuerpo vive, sí, vive, cada vez que matando el mal en ti, ofreces a Dios virtudes vivas.” (San Pedro Crisólogo)


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