lunes, 19 de mayo de 2014

“Os predicamos el Evangelio, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo”


No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria” nosotros somos imperfectos por el pecado, aun tratando de cumplir lo ordenado por Dios. Sencillamente porque somos débiles y en cualquier momento caemos. Fuimos regenerados por el bautismo, sin embargo seguimos pecando, en muchos casos nos alejamos de Dios y hasta llegamos a idolatrar dioses falsos, como es el dinero y personas.

"El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.» las cosas de Dios no solo son para tenerlas por conocimiento es indispensable ponerlas por practica. Quien practique los mandamiento le implica abandono, renuncias y actitudes y cuando nos toca a nosotros dejar el hombre viejo para continuar como hombre nuevo eso requiere reflexión y cambios de la praxis, lo cual no es fácil – por tanto ha de ser con la ayuda de Dios.

El amor es el supremo “mandamiento” de Jesús. Quien ama al Hijo es también amado por el Padre. Se establece un círculo de comunión amorosa entre el creyente, Jesús y el Padre. Tal vez es éste sea el fundamento de la fe. A la pregunta de Judas Tadeo sobre su manifestación al mundo, la respuesta de Jesús es una reafirmación de lo anterior: su manifestación se realiza a través de la habitación del Padre y el Hijo y del Espiritu Santo en el interior de quien se deja amar y se capacita para amar, para tolerar, para convivir en comunidad.

Según el Evangelio de hoy encontramos que la Palabra de Jesús es la Voluntad del Padre; el amor de Jesús es el amor del Padre; escuchar y vivir la Palabra de Jesús es abrirse a la plenitud del amor. El amor y la fidelidad a su Palabra, nos van transformando mediante la obra del Espíritu Santo quien confirma, clarifica e imprime en el alma la Palabra del Hijo. De ahí que la Santísima trinidad se haga comunidad con la comunidad cristiana. “Los que tienen al Espíritu por maestro no tienen necesidad del conocimiento que viene de hombres pues, iluminados por la luz de este Espíritu, miran al Hijo, ven al Padre y adoran las Personas de la Trinidad, el Dios único, que por naturaleza es uno de manera inexplicable.” (Simeón, monje griego)


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