miércoles, 21 de mayo de 2014

Vamos alegres a la casa del Señor.


La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos narra lo que motivo el primer concilio, también llamado el “concilio de Jerusalén”. En los dos días siguientes veremos cómo se desarrollo y en lo que concluyo. Lo que motivo la discusión fue el querer continuar con los mandatos de Moisés, que un hecho físico sería motivo de salvación y el abierto contraste de la interpretación de Pablo, conforme la centralidad de lo que enseñaba nuestro Señor Jesús. Esto impulso el viaje de Pablo y Bernabé y su comitiva a Jerusalén para consultar a los apóstoles y presbíteros.

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.” La imagen de la viña y la vid es muy utilizada en el antiguo testamento. El pueblo aparece como la viña cuidada por Dios, el viñador. Pero si la viña no produce los frutos esperados de justicia y solidaridad circundante, entonces el viñador se enoja y la destruye. Pero si los produce, los poda para que den más. Nuestro Señor Jesús quiere tomar esta imagen de la vid para reinterpretarla con la libertad.

“El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada.” Es un llamado y la respuesta a este llamado depende de cada uno de nosotros, el Señor no quiere obligarnos, respeta nuestra libertad, pero se duele por nuestra ineptitud. Como sus sarmientos debemos permanecer adheridos a Jesús dando frutos, permanecer y dar fruto, dos realidades que van íntimamente relacionadas. Estar unidos a Jesús implica asumir el proyecto del Padre y la praxis fructífera para el Reino.

La independencia sin la ayuda de Dios resulta infructuosa, lo que hacemos con nuestras solas fuerzas es estéril. Puede que sirva para maquillar un poco la realidad en la que nos movemos, pero no para dar el fruto que exige el dueño de la viña. Esto explica, en buena medida, muchos de nuestros fracasos evangelizadores. Creemos que las personas y las situaciones van a cambiar en la medida en que nosotros nos esforzamos para que así sea. Pero a menudo olvidamos que sólo el Espíritu Santo es quien penetra los corazones en imprime en el alma los cambios indispensables.


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