La
cultura oral judía tenia normas utilices para memorizar todos los acontecimientos que tenían que ver con Dios. Recitados
pasaban de generación a generación sin cambiar palabras ni significado. Muy contrario
a lo que nos ocurre hoy que difícilmente se emplea la mente, nos atenemos a lo
escrito y lo que hace la tecnología.
"Mi
alma canta la grandeza del Señor” mientras caminaba María con destino a su
pariente santa Isabel, meditaba todos los acontecimientos, María se ve en el
centro de la obra divina, también como un ejemplo al traer a su memoria las
palabras en la Anunciación y recordaba las profecías, esto la motivo, (seguramente)
para componer este magnifico cántico de fe, reconocimiento, agradecimiento, alabanza
y esperanza en Dios. “la humildad de "su" esclava” puede pensarse que
la fidelidad a Dios es de quienes son esclavos, en el sentido como nosotros lo
vemos; quiere decir que quien rechaza la humildad tampoco puede acoger la salvación,
ni exclamar con el profeta: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida” y “el
que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los
cielos”. (Mt.18,4). Por tal, el Magníficat puede también ser un programa de
vida para el creyente. Si reflexionamos nos evoca a ver la obra y el
cumplimiento de las promesas de Dios; pilar de nuestra fe, para hacer visible
los valores del Reino de Dios; de igual manera nos mueve a la meditación para
afirmar una vez más nuestro compromiso como seguidores de Jesús al estilo de
María. Todavía con muy poca vigencia aun en nuestro pueblo católico.
Mientras
los grandes y poderosos se esfuerzan por conducir la historia bajo los
criterios del poder, del tener y de la fama, dejando a su paso, calamidad,
marginados, excluidos, hambre, miseria y violencia; cuando ponen como base la
injusticia y la muerte. Dios va realizando su acción en el mundo, a través de sus
«obras sobrenaturales». María quiere levantarse ante la realidad del hombre de
hoy, su cántico es revolucionario a favor de la justicia, la paz y la autentica
libertad. Revolución ya empezada con la venida del Salvador y que continuará a
lo largo de la historia, (cf. Lc. 6,20). Quiere poner en el corazón del
católico lo que puede proclamar con sus labios y también lo que puede realizar
con su esfuerzo de cada día, para hacer frente a los espejismos que propone el
mundo y que de ninguna manera es lo que quiere Dios.