martes, 27 de mayo de 2014

Señor, tu derecha me salva.


“Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.” Lo cual no se trata de una experiencia individual de actos por su propia capacidad o un simple esfuerzo de supervivencia. Lo esencial de la fe es la adhesión incondicional a la persona de Jesús. Es verdad que este afecto implica, en la práctica, muchas cosas, pero, sin ella, todo lo demás carece de sentido y se hace insoportable. Sin embargo muchos creyentes experimentan la dificultad del proceso evangélico y exclaman “¡Qué complicado es todo esto!”. Al parecer por una cantidad inmensa las creencias, las normas y ritos, que no concuerdan con su tiempo disponible, acosados muchas veces por los afanes del mundo y que se sienten coartados en su libertad. “¡Sólo quien ve en la propuesta de Jesús un camino más liberador se arriesga a circular por él!”

“Ahora me voy donde Aquel que me envió” pero no dejará solos a sus discípulos y por consiguiente a nosotros; nos ha enviado el Espíritu Santo, la tercera persona de la santísima Trinidad. Anunciándonos que la presencia del Espíritu Santo es la que hará que lleguemos a comprender plenamente la persona de Jesús, sus palabras, sus obras y su voluntad. El Espíritu Santo es quien mostrará la verdad a la humanidad ciega, sorda, relativizada, individualista e indiferente, incapaz de encontrarle el sentido trascendente a la vida con Dios.

“Rebatirá al mundo en lo que toca al pecado, al camino de justicia y al juicio.” Nuestro Señor Jesús no hace ver la gravedad del pecado y que causara juicio, al no creer en Jesús. Que grave es pues la idolatría a las personas y a lo material, esto nos incapacita para reconocer la Justicia de Dios en Jesús. Todos nos dejamos seducir por las insinuaciones del maligno, todos nos dejamos engañar con trivialidades. Por eso constituye en sí la sentencia al príncipe de este mundo, por lo tanto es sentencia a la maldad del mundo, que acusó y llevó a Jesús a la muerte. Pero Jesús vence la muerte, rescata a la humanidad del suplicio y oscuridad eterna, al resucitar al tercer día y es el Espíritu Santo quien concede el discernimiento necesario para ver la victoria de Jesús sobre la aparente autoridad que el maligno posea sobre la humanidad. Ya es el poder y la autoridad de Dios lo que prima. Por tanto se hace gravísimo el pecado porque el Señor nos dice: “Si yo no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora su pecado no tiene disculpa.” (Jn 15,22)


No hay comentarios:

Publicar un comentario