lunes, 28 de mayo de 2012

Todo depende de tu divina voluntad, Señor


“Maestro bueno” acaso el protagonista se daba cuenta que solo Dios es bueno? Lo decía por el ejemplo de vida del Señor Jesús; solo El es bueno.

De hecho el Señor Jesús le ofreció a este hombre una oportunidad excepcional y este triste personaje no se atrevió a tomarla. Y se asoma la prioridad, no debía dejarlo para después, porque luego viene la contradicción de la comodidad frente al sacrificio. Es también visto por nosotros que son muy escasas las personas que lo hacen.

Es preciso para seguir a nuestro Señor Jesús, dejar todo y a todos en un segundo plano y poner a Dios, en el primer lugar y en todo momento sin mirar atrás, lo demás debe estar puesto al servicio y para ganar amigos para el Reino. Luego vendrá la recompensa para los que siguen a Jesús, recompensa que ya no es necesario el sentimiento de posesión o de tenencia, puesto que todo es de Dios y todo estará dispuesto para los herederos de Dios. Cuanta molestia ha causado estas palabras del Señor sobre el dinero, incluso a los que entendemos la responsabilidad y la misión de trasmitirlas. En muchos casos se ha hablado de una puerta pequeña llamada “el ojo de la aguja” por la que no podían pasar los camellos con la carga; la verdad es que esta puerta jamás existió. Para otros la expresión “Ricos” eran los que estaban dotados de significativas formas o personalidades, desvirtuando así las palabras del Señor que se refería concretamente a los poseedores de los bienes.

“Para los hombres es imposible” demostrando la distancia que existe entre el hombre pecador que pone todos sus sentimientos y preocupaciones en lo temporal y la santidad de Dios, quien por el gran amor a sus creaturas, cuando ve en ellas algo de intensión realiza lo imposible para salvarla, quitándole las falsas seguridades en lo temporal. Sin importar la cantidad de bienes temporales nuestra salvación viene por obra de Dios. Por eso nos dice “SÍGUEME” por amor decidido empezando por la practica de las virtudes humanas, (cardinales y teologales) para luego recibir los regalos que provienen del Espíritu Santo hasta llegar a la santidad.


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