viernes, 16 de marzo de 2012

Yo soy tu Dios, escúchame

El maestro de la Ley plantea una pregunta bastante común en esa época. Se listaban entonces seiscientos trece preceptos en total, pero Jesús les prepone otro que no hacía parte de ese conjunto.

Porque el decálogo sólo exige servir a Dios, y por otra parte, cuando el Deuteronomio habla de amar a Dios (6,12; 13,4; 30,15...), se está dirigiendo al pueblo de Israel como un todo y lo hace para exhortarlo a no tener otro Dios fuera de Yavé. Al poner Jesús el acento en todo tu corazón, toda tu alma, cambia el sentido del tú, pues ahora le toca a cada uno llenar su vida con ese precepto.

Con todo tu corazón. Habría que traducirlo por: “con toda tu inteligencia”. Con toda tu alma: es decir, toda tu capacidad de amar y de apasionarte. Con toda tu fuerza. No se trata de una voluntad que todo lo quiere solucionar, sino más bien de la decisión tranquila. Es la expresión vocal y la perseverancia y el dinamismo espiritual, que se remueva y recrea en el amar. Con toda tu inteligencia... “corazón, alma, fuerza”.

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden de nada sirve; las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres.” (Mc. 7, 6-7) “¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo?” (Mc.8, 36) Debemos consignar en el cielo, cuando se consigna solo en la tierra, se corre gran riesgo e condenación eterna.

Jesucristo encuentra toda su felicidad en reinar sobre nuestros corazones; voluntariamente lo quiso conquistar por su muerte en la cruz: "Lleva a hombros el principado" (Is 9,5). Por estas palabras, se entiende la cruz que nuestro divino Redentor llevó sobre sus hombros. Jesús, el Rey del cielo, toma sobre sí todo el peso de nuestros pecados para rescatarnos de la esclavitud y alivianar las cargas que nos aplastan por imposición del enemigo."Si supieras el don de Dios, decía Jesús a la Samaritana, y quién es el que te dice: ' Dame de beber ' " (Jn 4,10). Es decir: si supieras la grandeza de la gracia que recibes de Dios. Si el alma comprendiera qué gracia tan extraordinaria le hace Dios cuando reclama su amor en estos términos: "Amarás al Señor tu Dios".

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