viernes, 2 de marzo de 2012

Marzo viernes 02

“¿Acaso quiero yo la muerte del pecador, dice el Señor, y no más bien que enmiende su conducta y viva? _. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá” (cf, Ez. 18).

Hoy el Señor nos amonesta frete a los siete mandamientos relacionados con el amor al prójimo para una buena conversión; nos hace ver la exigencia y la radicalidad de la práctica de los mandamientos, por pequeña que se la falta contra el prójimo seremos juzgados. Frente al enojo es conveniente dar el primer paso orar por los que nos ofenden, para llegar a la reconciliación, «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» (Lc.23, 34), “Si uno dice «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn. 4, 20), así uno mismo sea el que ha recibió la ofensa, también cabe la misericordia. Es compleja la legalidad, por eso es necesario interiorizar y practicarla al mínimo.

Frente a la ofensa es mejor el silencio, la prudencia, consideremos que quien procura ofender está siendo servidor del autor del mal, porque éste quiere que el agresor y el ofendido, por falta de amor y de justicia, se desvíen de los caminos para llegar a Dos. Frente a la violencia y el abuso están los tribunales terrenos para mediar y reprimir, pero el juzgar no nos corresponde a nosotros. El Tribunal divino esta dado en justicia y rectitud, allí no hay lugar a componendas ni excusas.

Se nos hace difícil esta manera de obrar porque nuestra cultura esta forjada en la injusticia y las componendas terrenas, las leyes y los tribunales juzgan de acuerdo a conveniencias. Por eso se nos hace común ver el abuso, la corrupción, la violencia y la ilegalidad, ya para el común de las gentes este tipo de conducta no les dice nada, no dicen nada, no hacen nada; pero que son causantes de retroceso, destrucción y confusión.

«si queremos presentaros ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias» (Benedicto XVI)

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