sábado, 10 de marzo de 2012

El Señor perdona tus pecados

A nosotros nos está pasando que muy poco reconocemos a Dios como Padre, sus mandatos nos caen importunados, queremos vivir sin compromisos y nuestra herencia religiosa con valor la malgastamos no sabemos apreciarla.

Si te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Sir.2, 1). La fe se hace realidad al permanecer y al perseverar. Las pruebas nos hacen volver a la realidad; nuestra alma siente necesidad de Dios, y es entonces cuando Dios sale al encuentro “aplasta nuestras iniquidades, arroja a lo hondo del mar nuestros delitos”, la misericordia del Padre impone victoria sobre la incomprensión y las hostilidades. Aunque también muchos al sentir esa necesidad de su alama, tratan de llenar ese vacío con las cosas del mundo que contaminan, nos vuelve egoístas soberbios, desparraman y desesperan.

Dios nos levanta, y revela nuestra propia dignidad y toda la corte celestial festeja, porque la oveja perdida ha vuelto a la vida, al mundo auténtico con la gracia y la paz de Dios. Todo se ha olvidado, hasta la herencia derrochada.

Dios conoce nuestra debilidad y el mal que nos acecha, respeta nuestra libertad y espera que nuestra relación con El sea por amor, que le reconozcamos como Padre. Que manifestemos nuestro arrepentimiento, que hagamos real y radical nuestra conversión, por eso la expresión: “He pecado contra Dios y ante ti” Padre.

Padre con dos brazos dispuestos con amor, uno como Dios y otro como Padre, pero sin darnos cuenta es nuestra Madre celestial quien ha propiciado ese dichoso encuentro. De Dios viene la dignidad, la autoridad, la misericordia y endereza nuestro vivir terreno, que debe ser escolaridad para la eternidad. Nuestra vida gira en órbita para llegar algún día a punto de partida, para decirle a Dios: “Padre Nuestro”

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