jueves, 15 de marzo de 2012

Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor


“No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras” incrédulos y dispersos, hemos visto sus obras y su poder; sin embargo dudamos del Reino de Dios. Pero nos hace caer en la cuenta que el enemigo no está dividido, está unido con sus secuaces para aumentar sus servidores. Nosotros en cambio, somos dispersos, andamos como ruedas sueltas, tanto en la vida cotidiana, pero en especial en todo lo que toca con lo espiritual, por nuestra sordera y ceguera. Ninguna batalla se puede ganar en el individualismo, se requiere del poder de Dios.

Los judíos creían que los espíritus malos vivían preferentemente en el desierto o más bien que Dios los relegaba en esos lugares (Tob 8,3). Hoy nosotros podemos pensar incluso que el demonio es inocuo, que no existe o que no vive en el cuerpo humano cundo este se lo permite.  Cuando la persona se hace fuerte con las armas de Dios, protege su casa que ha de ser templo del Espíritu Santo y estará seguro. Pero si descuidamos la oración, la entrega a Dios, el sacrificio, la obra, la vida sacramental, la obediencia, la renuncia al maligno y sus obras; esta dejación ensucia este aposento, desaparece la luz de Dios; entonces acontece que el enemigo que es entrometido, llegara y nos quitara las pocas armas que aún nos quedan y en las que confiábamos y destruirá todo nuestro ser, para ponernos a su servicio como esclavos.

Que nuestra Madre celestial nos ayude a permanecer y a perseverar de lado de su Hijo nuestro Señor, unirnos a Él para vencer la fuerza del mal, con El podemos trabajar por nuestra salvación y la de los que nos rodean. NO podemos descuidar la conversión permanente, el examen diario, para que la Luz de Dios no se apague en nosotros. Debemos confiar en el Señor de la vida quien tiene poder; el pecado imperdonable es creer que Dios no tiene poder. El enemigo es un “copietas” y entrometido, cuando nos descuidamos permitimos su accionar. El demonio en su desgracia busca donde descansar.  (cf.Mc.5,12), (cf. Mt.12, 43 s)


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