jueves, 22 de marzo de 2012

Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo


Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Nuestro Señor Jesús habla del testimonio. Significa hablar, dar constancia, certificar a favor de alguien, confirmar la veracidad de la otra persona. Nosotros, cuerpo de Cristo Jesús, partícipes de su pascua, también deberíamos ser trasparencia del mismo Dios. Que nuestra conversión autentica y nuestro acontecer esté embebido de la presencia de Dios. “Les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn.15, 15), “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir” (Jn. 12,49). Jesucristo reprocha a los que le escuchaban en su momento, pero eso tiene que ver con el presente, porque el permanece con nosotros por siempre. Nos impide su reconocimiento como el Mesías Hijo de Dios: la falta de amor a Dios; la ausencia de rectitud de intención y la interpretación de las Escrituras por interés.

En la primera lectura, Dios Padre nos hace una reclamación fuerte porque el hombre actual es necio como los hombres peregrinos conducidos por Moisés en el desierto. Miraron las nubes y vieron la apariencia de becerro y como tal lo hicieron en metal para adorarlo (cf. Ex.32). “Cambiaron al Dios que era su gloria por la imagen de un buey que come pasto” (Sal. 105) Nosotros cambiamos a Dios por cuanto agüero aparezca o nos dejamos engañar por cualquier cuentero. El hombre de hoy no es muy diferente su comportamiento idolatra. Moisés intercedió por su pueblo en ese caso y hoy quien nos defiende es nuestro Señor Jesús. Si el final de los tiempos se posterga no es que el mundo se haya arrepentido de sus maldades sino que Dios escucha nuestra oración y ve nuestra intensión, de unos por querer salvarse y de otros, muy pocos, por amor donado e interpretando el querer de Dios, trabajan por la salvación de todos.

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