lunes, 12 de marzo de 2012

Aclamen al Señor, todos los pueblos

En un primer tiempo Jesús predico en las sinagogas; casa de oración de los judíos. En ella se reúnen el sábado para el canto de los Salmos y la lectura de la Biblia. Allí en Nazaret nuestro Señor Jesús proclama su misión, expone públicamente que en él mismo la ley y los profetas han llegado a su plena realización. En esta ocasión Jesús se da a conocer; habla con autoridad: «En verdad les digo...» El señor conocía el pensamientos y se da cuenta que no es bien acogido.

Tampoco nosotros le acogemos hoy, aunque el Señor se abaje de tal manera que nos dice aunque sea con un vaso de agua fresca podemos comprar el cielo, (Mt 10,42)... no es que el cielo sea barato o que Dios se deje comprar, es la misericordia y bondad de Dios la que se manifiesta.

Viene a mi mente la deshumanización que existe en el mundo, el desprecio que hay para los marginados y necesitados, los hambrientos, los ignorantes. Y por otro lado la manipulación, el sometimiento, el hedonismo (satisfacción del placer), el consumismo, el subjetivismo (realidades vanas creadas en la mente), Relativismo, el afán por el dinero, la fama y el poder, que deteriorar cada día más la dignidad humana y vuelven al mundo invivible.

Una viuda, con pobreza extrema, le dio hospitalidad a Elías (1R 17,9s): su indigencia no le impidió acogerlo y servirle. Este gesto es recompensado por Dios, con gran significado. "Cada vez que lo hicisteis a uno de estos pequeños que son mis hermanos, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). La fe y la esperanza llevan a Naamán, el sirio a acoger la misericordia de Dios.

“Ningún profeta es bien recibido en su patria” Esta frase denuncia la ceguedad y la sordera de muchos, pero a la vez es para nosotros una advertencia, un reto para que no dejemos de cumplir la misión, empezando por los nuestros, los que están de una manera o de otra en nuestro entorno.

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