jueves, 8 de marzo de 2012

Señor, condúceme por el camino recto

¿Con cuál de los dos personajes nos podemos identificar tu y yo? Seguramente hemos tenido momentos de parecernos al uno y al otro. Cuando nuestra actitud es generosa, amable, cuando practicamos las obras de discordia, cuando sacrificamos nuestros propios intereses para ponerlos en el necesitado, cuando hacemos el bien sin mirar a quien, cuando aceptamos la voluntad de Dios, cuando vivimos los sacramentos, cuando nuestro pensamiento es puro y nuestra obra es por amor. Estaremos de una parte. Pero también al mismo tiempo quizá con matices del otro, cuando contribuimos con la corrupción, cuando nos volvemos permisivos del mal, cundo no nos dice nada la injusticia, cuando cometemos el pecado de omisión.

La ruta natural que traza el dinero lleva al rico a vivir apartado, indiferente y ciego. La diferencia entre ricos y pobres es cada vez más grande, plan trazado por la masonería. Que contrapone al equilibrio, la justicia, la solidaridad propuesta del Señor. El vivir para el dinero forma un muro separador y un caos infranqueable que repercute hasta después de la muerte. Nuestro Señor Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características. La voluntad puesta solo en el dinero Impide ver y acercarse para apoyar a tantos lázaros que existen. El dinero sucio mancha las conciencias, es causante de odio, violencia y muerte. Pero en si la culpa no es del todo el dinero por si mismo, sino por la sumisión y entrega de cada persona a la ansiedad del dinero, la complacencia de los sentidos y de las pasiones. Cuando bien se pudiera poner el dinero al servicio de los demás, para construir dignidad, mitigar la iniquidad y fomentar el trabajo sano.

El cambio, la conversión es difícil y es propio de cada quien, se requiere esfuerzos, abstinencia, renuncia y purificar el pensamiento para lograr cambiar el modo de vivir. «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán.» cuando uno está ciego y sordo aunque Cristo hay venido a pagar con su sangre nuestro rescate y haya resucitado para mostrarnos el camino, no lo podemos oír ni ver. Solo Dios es quien puede devolvernos la vista y abrir nuestros oídos, es solo poniendo a Dios en nuestro corazón, como hallaremos la paz interior que nos lleva a construir un mundo de justicia y con amor. Dejándonos transformar para la vida desde ya, no podemos esperar hasta el ultimo día, no quedaría tiempo para educarnos para la vida y manchados con pecado no podremos llegar a donde Dios quiere y nosotros por nuestra propia voluntad de acuerdo al comportamiento nos iremos para donde quiere el maligno.

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