viernes, 16 de marzo de 2012

Señor, ten piedad de mí porque soy un pecador

yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos”. Jesús habla de la oración, con esa actitud profunda que da sentido a nuestra plegaria. Al contario del fariseo que da gracias a Dios pero más aún se felicita a sí mismo, el publicano sólo piensa en pedir perdón por su condición, y que por lo cual se avergüenza.

Muchos nos sentimos hoy justos, concordantes con el versículo 9, es decir, personas que no tenemos nada que reprocharnos ante Dios. El giro que da el Señor a la palabra “justicia” en el versículo 14, queda justificado, por su actitud humilde y arrepentida; entendamos esa palabra en el sentido cristiano, el reconocimiento del pecado, la contrición de corazón, el propósito de reconciliación, es decir el acto de amor por amor a Dios, restablece la relación y la gracia de Dios. Nuestro señor Jesús nos quita la aureola a los que nos consideramos “justos” y nos invita a ponernos en el último lugar si queremos que Dios se interese por nosotros.

No es casualidad que el demonio quiera elevar nuestro ego, tanto a las personas como a los grupos cristianos. Solemos compararnos unos a otros y terminamos sintiéndonos mejores que los demás, lo cual divide; aparece el individualismo, querer ser dioses, contrario a lo que Dios quiere que es la permanencia en la adhesión a Cristo, por medio de nuestra obediencia, oración y aceptación de su divina voluntad; pues no se trata de logros humanos sino de la gracia providente del amor que nos anima a ser superiores en la humildad para amar. Solo así podremos obtener la iluminación de la conciencia que nos lleva a reconocernos tal como somos.

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