lunes, 26 de marzo de 2012

Cúmplase en mí lo que me has dicho

Las profecías afirmaban que Dios sería acogido por la virgen de Israel. Encontramos a menudo en la Biblia la imagen del matrimonio de Dios con su pueblo. María es la Virgen pura y su Hijo será Dios-con nosotros, tal como se lee en (Is 7,14). Esta virginidad es como una garantía de la alianza nueva que Dios pacta con la humanidad. 

Vemos como la actitud de María es de aceptación incondicional, contrapuesta a la actitud de Zacarías. Sin embargo se complementan para destacar dos sobrenaturales características de Dios: la fidelidad y la gracia. La falta de fe de Zacarías en ese momento no quita que haya sido un sacerdote fiel, y Dios, siempre fiel, quiso valerse de él para coronar la larga espera de un pueblo que perseveró en la oración y en la observancia de la Ley. En cambio, en el llamado a María nada se dice de su vida anterior, Dios la eligió entre todas; la gracia de Dios la sitúa inmediatamente en un plano con el cual nadie jamás soñó.

Su concepción en María es el fruto del acto de fe en el que ella se comprometió por entero, Jesús es el Hijo, nacido de Dios en la eternidad; también es en toda su persona el hijo de María y el portador de su herencia humana, que desborda el campo de la carne, de la sangre y de los cromosomas.

María ya está comprometida con José, lo que, según la ley judía, le daba todos los derechos del matrimonio (Mt 1,20). Prometida a José, pero quedando bajo el techo paterno, lo que para nosotros es el noviazgo. A raíz del matrimonio José “la llevaría a su casa” (Mt 1,24) y dependería legalmente de él.

Únicamente María podía comunicar a la Iglesia primitiva el secreto de la concepción de Jesús. El Arcángel Gabriel ha sido enviado, es embajador de Dios se presenta ante María para honrarla de parte de Dios, muestra y dice lo que Dios está realizando en el alma de María. Alégrate. Es el llamado gozoso que los profetas dirigían a la “hija de Sión”, los humildes que se mantenían a la espera de la salvación (So 3,14; Za 9,9).

Llena de gracia. Este calificativo pasa a ser el nuevo nombre de María. Teniendo en cuenta el contexto. Llamamos gracia lo que se origina en el Dios viviente pero que ha de germinar en las alamas. María es llena de gracia ya que Jesús ha de nacer de ella como nace del Padre.

El ángel revela a María la identidad y la misión del hijo que va a concebir. Luego, cuando contesta a María, declara el misterio de Dios Trinidad. Concebirás en tu seno: al Emmanuel, es decir, al Dios con nosotros. María lo llamará Jesús, que quiere decir Salvador. El ángel señala la grandeza del Mesías, hijo de Dios: será grande, sin más, y no grande ante Dios como se dice de Juan Bautista (1,15). Gobernará al pueblo de Jacob, o sea, de Israel: (cf. Is 7,16; 9,6; Mi 5,2).

“Cómo puede ser esto si no conozco varón”. Conocer tiene aquí el sentido de tener relaciones. Para María las palabras del ángel significan que va a concebir inmediatamente, y ahí es cuando adquiere todo su sentido el título de virgen. Ella concibió en ese mismo momento por el Espíritu de Dios.

«Nada es imposible para Dios» Respecto de la virginidad de María después de la concepción de Jesús, cabe recordar que “María siempre virgen” es una afirmación constante en la tradición cristiana, que no ha hecho más que profundizar la Escritura. “¿Cómo podría ser que después de haber sido amada en forma tan singular y visitada por Dios para que en ella se realizase su alianza definitiva con los hombres, María volviera atrás hacia un amor humano y se diera a otro, aun cuando fuera José, un perfecto siervo de Dios?” El ángel expresa la personalidad de Jesús y lo sitúa dentro del misterio de Dios, como el Hijo único de Dios. El Poder del Altísimo es otra forma de designar al Espíritu que es el “Soplo”, portador de las energías divinas.

María expresa su disponibilidad como “servidora”. Y de ella nacerá quien es a la vez el “siervo” anunciado por los profetas (Is 42,1; 50,1; 52,13) y el Hijo (Heb 1). Dios ama a sus servidores. La “madre del Señor” es la primera amada y sobre ella desciende el Espíritu en los comienzos de una obra de gracia y que en todo procederá del amor de Dios.

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