viernes, 24 de febrero de 2012

Viernes 24

Para los judíos el precepto del ayuno era un asunto de valor religioso. Reclaman esta práctica a los discípulos del Señor Jesús, su respuesta es categórica. Su presencia tiene un sentido festivo similar a una fiesta nupcial y en efecto lo hace con su iglesia. En una fiesta de bodas todo el mundo está contento. Nadie va a hacer penitencia ni ayunar. Cuando estamos alejados de su boda sí que tendremos la necesidad de ayunar.

El sentido del ayuno, quizá no lo definamos como debe ser, de una parte es sacrificio del cuerpo de barro. De otra el fortalecimiento del espíritu y del alama, crecimiento spiritual. Reflexión y corte a los pecados capitales, reflexión y acción de la caridad, hacer penitencia y abstenerse, sentirse bien dando, para recibir de Dios sus dones. Lo que nos indica que no basta ayunar y orar, hay que hacer la obra.

Dios no quiere la muerte del pecador. Dios nos ama a todos los hombres, para El la única diferencia son vivos y muertos, aunque caminemos por todas partes. Nos exige Dios: desatar las cadenas y compartir con los demás. Desatar las amarras del yugo. Qué difícil es acabar con todas las formas de esclavitud. Romper el yugo, desde la prepotencia hasta los líos cotidianos que nadie quiere dar el primer paso. Desatar las amarras. No basta «convertirse de corazón» a Dios, sino que la conversión debe hacerse cambiando también, culturas y a la vez las estructuras e instituciones.

“(Esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno).» (Mt. 17,21) "Por el ayuno y la oración caen los demonios" Ya tiene sentido, por el ayuno y la oración agradamos a Dios y se ahuyentan los demonios y viene para nosotros la vida eterna...

Es Dios mismo como Padre y maestro, el amigo del hombre que caminaba y dialogaba a la hora de la brisa y quien había confiado el ayuno a nuestros primeros padres, de un solo árbol le prohibió comer (Gn 2,17). Y si estos hubieran observado este ayuno, habrían vivido con los ángeles y nos habían heredado esa gratuidad. Pero lo rechazaron y por ello merecieron penas y muerte (Gn 3,17). Por eso para nosotros es primordial orar y ayunar. Si en un principio en el Paraíso el ayuno fue indispensable, cuánto más lo es aquí ahora para nosotros a fin de ganar la vida eterna.

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