jueves, 2 de febrero de 2012

Jueves 2

"La fama de este templo será mucho mayor que la del anterior, y en este lugar yo entregaré la paz" (Ag. 2,9) Al anciano Simeón «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), este día acude al templo, «movido por el Espíritu Santo», ha venido al Templo para contemplar la promesa de Dios. Él no es levita, ni escriba, ni doctor de la Ley, tan sólo es un hombre justo, "El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu» (Jn.3,8). "Había entonces en Jerusalén un hombre muy piadoso y cumplidor a los ojos de Dios, llamado Simeón. Este hombre esperaba el día en que Dios atendiera a Israel, y el Espíritu Santo estaba con él" (Lc.2,25).

El anciano Simeón y la profetisa Ana anuncian la esperanza que se ve realizada en ese niño, el Mesías. Para que se cumplieran las Escrituras y de acuerdo a la Ley de Moisés, se realiza este acontecimiento, de la "purificación" de la mas Pura, de reconocimiento del más conocido del Creador y Dueño de todo lo visible y lo invisible, como primogénito; quien se hace uno como nosotros para que podamos tener vida, por medio de Él, quien venció la muerte por el pecado; ha resucitado y con El también, quien tenga fe y viva de acuerdo a sus mandatos.

Como Simeón, podemos acudir a saludar a la Madre con los brazos extendidos, recibamos al Niño y bendigamos a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto nuestros ojos tu luz que nos ilumina y tu salvación, la que nos has preparado. (cf. Lc 2,29-32).

El Espíritu Santo utilizando la palabras del viejo Simeón, le dice a la Madre de Nuestro Señor: "Mientras a ti misma una espada te atravesará el alma. Por este medio, sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres.» (Lc. 2,35). Estas palabras resuenan  en nuestros oídos puesto que contienen un gran significado y que al final será el triunfo el cual verán todas las generaciones. Madre santísima llévanos a nosotros también en tus brazos. Amén.

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