martes, 7 de febrero de 2012

Martes 7

Comentario:
Por esa época los fariseos querían imponer el lavado de las manos antes de la comida para purificarse de las impurezas que pudieran haberse contraído en la vida activa. Era una costumbre excelente, pero Jesús no quiere que se imponga en nombre de Dios, porque sería lo mismo que encerrarse en una religión de obligaciones y prácticas. Es fácil confundir los medios, que facilitan; con los fines, el sentido verdadero. Por eso es necesario siempre pedir el discernimiento que lo da el Espíritu Santo.

Ningún grupo, puede mantenerse sin sus tradiciones, son las que aúnan. Tales tradiciones sin embargo, por muy buenas que sean, son cosas de hombres y por tanto pueden o deben ser cambiadas con el tiempo. Puesto que lo fundamental es el amor y la justicia.

Pero hay algo esencial que nunca cambia: la Palabra de Dios. Tenemos una forma de comprender la Biblia como Jesús y los apóstoles la comprendieron, y es lo que llamamos la Tradición de los Apóstoles. La Iglesia, fundada por los apóstoles, preserva esa Tradición, o sea, ese espíritu que les era propio.

No debemos confundir las muchas tradiciones, o mejor dicho, las costumbres y los lenguajes que se han sucedido en la Iglesia, con la Tradición de la Iglesia que forma una sola realidad con la Escritura.

Es de lamentar que tantas veces se realicen grandes esfuerzos para mantener costumbres o prácticas que se han vuelto inútiles o nocivas, mientras se olvida el profundizar la Palabra de Dios.

La tradición de los judíos es develada por el Señor, manipulaban el cumplimiento del cuarto mandamiento, “Así anulan la palabra de Dios con esa tradición que se han transmitido. Y hacen muchas cosas semejantes a ésta”.

Eres pecador, debes volverte justo; pero no podrás recibir la justicia si el mal todavía te gusta” (san Agustín).

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