viernes, 17 de febrero de 2012

Viernes 17


Todos queremos, de un modo o de otro, no perder de vista a quien puede salvarnos, pero es necesario escuchar lo que el Señor nos dice y es preciso que renunciemos a sí mismos, que carguemos con la cruz y lo sigamos.

Es por un lado tolerancia, salir del individualismo egoísta y autosuficiente, entrega al servicio y al amor, renuncia a los placeres y sensaciones del mundo y la carne, renuncia al demonio y sus diferentes manifestaciones. De otro lado es aceptar las pequeñas mortificaciones y adversidades cotidianas, obediencia, vida sacramental, el cumplimiento de la misión, la obra que da fruto, la que llena las manos; en resumen vivir en la Divina Voluntad de Dios.

Es la manera de estar adheridos a Cristo, como una rama al tronco de quien recibe la savia. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? (Jn. 15, 4). Su alma se muere y a la vez no puede salvar a otros, «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura» (San Agustín).

Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él” Quiero de manera personal referirme a la noticia de un sacerdote que se avergonzó de la imagen de Cristo y los fieles debieron sacar las imágenes del templo. A este sacerdote le falto haber enseñado lo que es el culto, para poder diferenciar lo que es la idolatría. Cuántos de nosotros permanecemos idolatrando algo o alguien sin ser muy consientes.

Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”. (Primera lectura Santiago 2, 18) seremos justificados por poner la fe en práctica mediante la justicia y la preocupación por el prójimo. Fe es creer, pero también implica obedecer.

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