lunes, 6 de febrero de 2012

Lunes 6

Que inmenso es el deseo de Dios, que inmenso su amor, el amarnos como a sus hijos, con que ternura maravillosa, incomparable. Lo que siente un buen papá por su hijo obediente, es apenas un reflejo de la manifestación del amor de Dios. Que fácil acceder al amor de Dios, pero que difícil recibirlo por la soberbia nuestra.

Dios quiere hacerse presente en nosotros los bautizados pero nuestro pecado lo aleja, sin embargo esta a la espera mendigante del momento que cada alma le permita su presencia; un medio eficaz para abrirle la puerta al Señor es la oración sincera, reconociendo el pecado el sentirse pecador y entregárselo al Señor para que El pueda perdonarlo, dicho de otra manera el Señor es quien es capaz de limpiar el aposento del Espíritu Santo.

Por nuestra condición de pensamiento materialista no podemos sentir lo mismo que Dios, somos inhábiles para unir nuestro sentimiento al sentimiento de Dios, si lo hiciéramos de manera convencida y honesta, el Señor obraría prodigios visibles en cada uno de nosotros.

Nos hemos adaptado de tal manera las cosas del mundo que nos desvelamos como enfrentar el siguiente minuto la siguiente hora el siguiente día y para Dios no queda tiempo, incluso el día de acción de gracias que es el domingo, cuantos más bien prefieren el paseo, el festejo, la diversión. Y el misterio salvífico de Cristo, acción divina no humana, queda reducido al relativismo, el gran misterio presente de la vida, pasión, muerte de cruz y el vencimiento de la muerte por el pecado, no nos dice nada. Y en cambio si queremos milagros frente a nuestras calamidades; al mismo tiempo que queremos algo imposible humanamente, rechazamos al hermano, al próximo que desentona en nuestro deseo y en éste estaba el Señor dispuesto para que hiciéramos la obra, la paga al Señor, lo agradable al Señor, la gran voluntad de Dios, que todos seamos uno en Cristo nuestro Señor.

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