viernes, 13 de septiembre de 2013

Yo antes era un blasfemo, pero Dios tuvo compasión de mí


Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente” … “yo no era creyente y no sabía lo que hacía” y Dios le dio la fe y el amor a Cristo, permitió la educación divina, se dejó amar del Señor. Es una confesión que hace san Pablo a su discípulo Timoteo. Si reflexionamos solamente en lo de la historia, si Pablo no hubiese hecho caso al Señor, hoy no se supiera nada de él, la historia no lo recordaría para nada. Pero Pablo se dejó amar para amar, nos deja un legado inmenso para nuestra conversión y para ejercer el título de discipulo que Dios nos ha conferido en el bautismo, y como todo título no es para exhibición sino para comprometerse y ejercer la profesión.

La profesión que Dios quiere conferirnos, demanda un compromiso, una formación, una entrega, para obrar por amor. Para dejarnos guiar por el Espíritu Santo para poder servir de guías de otros y que estos, también, lleguen a ser sus discípulos bienaventurados. Esto quiere decir que si no es por la gracia no podemos servir de guías, caeríamos al abismo. Como nos dice el Señor hoy en el Evangelio, un ciego no puede guiar a otro ciego, un discípulo no puede ser más que su maestro, no podemos fijarnos en la mota del ojo ajeno sin antes querer sacar la viga que hay en el nuestro. Traduce, además, que no debemos juzgar y condenar a los demás, lo que es importante es nuestra conversión para reflejar a Cristo por amor.

Primero ser para poder hacer - implica obediencia y compromiso. En la obediencia a Dios todos quedamos demasiado cortos. Viene a nosotros muchos maestros que nos pueden guiar mal, y como resultado surge en nosotros muchas ideas y hasta las manifestamos a manera de crítica pero no llegamos al compromiso, a la obra. Siempre la causa de los males esta en los demás, criticamos pero no llegamos a las soluciones. Cual sería para nosotros el indicador que nos revele el ser discípulos de Dios, el amor, lejos el interés. El verdadero discípulo primero se deja formar para llegara a ser como su maestro. Pero si nos falta amor, nada seremos dice san Pablo. “sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos”. «La caridad, que es amor de Dios, no desaparece sino que aumenta; cuanto más perfectamente se conoce a Dios, más perfectamente se le ama» (S. Tomás de Aquino, Sup. epist. ad 1 Cor. in loc.).


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