miércoles, 18 de septiembre de 2013

La Sabiduría ha sido reconocida por sus discípulos


Movido por el Espíritu Santo, San Pablo nos revela que es Dios quien actúa en la Iglesia y a través de ella. La Iglesia como cuerpo místico de Cristo es donde sus miembros ejercen los ministerios como dones de Dios y puede vivirlos consecuentemente; a diferencia de las demás sociedades movidas por criterios meramente humanos. De modo que las labores ministeriales ejercidas por sus miembros han de ser movidas por el Espíritu Santo para poder cambiar, es Dios quien puede cambiar las culturas de pecado. Las personas somos dadas a la crítica, a ser desagradecidos, a no reconocer el bien recibido, a no reconocer el amor con que somos tratados.

Estos defectos propios de la humanidad son la manifestación de la soberbia, que está presente desde siempre, lo vimos en el Antiguo Testamento y para nuestro Señor Jesús fue igual, El Señor hoy se lamenta y nos amonesta por nuestra manera de correspondencia a su divina gracia y falta de reconocimiento, ve el decaimiento de nuestra generación; sabe que siempre ponemos una excusa para no vivir la fe, para no cambiar; hasta nos atrevemos a decir que es Dios quien debe cambiar. Sin embargo Dios siempre quiere conducirnos en la luz de la verdad, porque nos ama y quiere la salvación para cada uno por igual y nosotros desagradecidos y desobedientes le criticamos. Bueno alguien podrá decirse, yo no soy así, ¿pero que estamos haciendo por la conversión de los demás? 

Requerimos de los dones que da el Espíritu Santo, para reconocer los misterios de Dios, mediante nuestra vida sacramental. “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia—el atributo más estupendo del Creador y del Redentor—y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación” (Beato Juan Pablo II)


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