martes, 24 de septiembre de 2013

Vamos alegres a la casa del Señor.


Veamos las siguientes sitas para entender mejor la expresión del Señor en el presente pasaje, motivo que aprovechan los sectarios para tratar de denigrar: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21).
bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor” (Lc 1,459.
Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Luc 11:28)
María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón” (Lc 2,19)
Bienaventurado quien lea y quienes escuchen las palabras de esta profecía, y guarden lo que está escrito en ella..”( Ap 1,3).

Con la frase de nuestro Señor Jesús quiere reafirmar la importancia de la Palabra, de la trascendencia de su mensaje que ha venido a traernos. Quiere que hay que escucharla, asumirla, irradiarla y hacerla vida. La verdadera familia de Jesús no estaba constituida por los lazos de la sangre, sino por la obediencia a la Palabra de Dios, que nos habilita para recibir la gracia, que nos transmite la vida con Dios. Quiere hacernos sus hermanos y miembros de su nueva familia por el compromiso que asumimos como su proyecto.

Ahora bien, quien más aparte de la santísima virgen, ha podido cumplir la palabra de Dios. Si su frese hubiese sido: (los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra, llegaran a ser bienaventurados como mi Madre) esta expresión hubiese sido de mayor escándalo; y de otra parte nadie puede llegar a ser como ella puesto que Dios con su poder y autoridad la preservo de todo pecado. María es madre de Jesús por el "sí" total y absoluto, dado un día a la Palabra de Dios, "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1. 37).

Nuestro Señor Jesús quiere llevarnos a su comunidad, más que en la sangre está en oír y hacer realidad la Palabra. De ahí que sea preciso "escuchar la palabra", es decir, hallarse abiertos a la gracia, recibiendo el don de amor que Dios nos ha ofrecido por la persona de Cristo; y solamente aquél que la traduce con su vida la ha escuchado plenamente. Resume su mensaje gracia y exigencia. «Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el “cumplimiento” de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe» (CCE 149).


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