jueves, 26 de septiembre de 2013

Construid el Templo, para que pueda complacerme


El santo Evangelio de hoy nos trae los cuestionamientos de Herodes sobre la persona de Jesús. Para muchos la novedad del momento. Se rumoraba sobre el hijo de un carpintero de Nazaret, de su predicación, su actitud, una manera diferente de vida y el ambiente de su predicación profética. Despierta contradicción y desconcierto, por tanto el estado de pecado de este pueblo no supo a ciencia cierta quien era Jesús. Hasta el punto que a la distancia de tres años lo llevaron a la cruz como el peor delincuente. Por un lado lo veían como un superhombre ideal para acabar con el régimen romano, por otro lado su doctrina no contenía esos objetivos a la manera como el pueblo pensaba. Es por eso que no hallaron acomodamiento con él. Más tarde Gamaliel les dijera: “si procede de Dios no podréis acabar con ellos; no sea que os vayáis a encontrar combatiendo contra Dios” (Hch 5:39).

Y tenía ganas de ver a Jesús” producto de su curiosidad, pero se las aguanto; al fin y al cabo como todo mandatario, mira a los demás como personas de poca alcurnia. Herodes fue simplemente un insustancial que sólo pretendía conservar su vana imagen. Por su puesto que el Señor debió saber las palabras de este mandatario, pero como bien sabemos al Señor le interesa a quienes tienen buenas intenciones, a ellos llega para hacer su obra sobrenatural. De acuerdo a la sagrada Escritura cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). El Señor guardó silencio, no vio en éste aptitud capaz de convertirse, de manera que su silencio le condena como corrupto y depravado.

Para nosotros es también difícil reconocer quien es Dios, de ahí nuestra precaria manifestación de alabanza. Tenemos tan arraigada la concupiscencia que nos impide ver lo divino. Seguramente hemos sentido el deseo de ver a Jesús. Pero por el pecado el cuerpo se avergüenza y se esconde para no ver la presencia de nuestro Creador, nuestro pensamiento se devana en lo material, el bullicio del mundo no nos permite escuchar su voz, su manifestación amorosa de querer compartir su vida con cada uno de nosotros. Muchos nos limitamos a pedirle y nos concede mucho por su misericordia, más no porque nosotros lo merezcamos como compensación a nuestra actitud de buenos hijos. A ti y a mí nos ocurre quizás pasamos de largo por el frente donde está dispuesto en el sagrario y no percatamos en saludarlo aunque sea como el amigo fiel.

Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la intimidad de Él ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana” (Catecismo 35)


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