viernes, 6 de septiembre de 2013

Entrad en la presencia del Señor con vítores.


“Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán” nuestro Señor Jesús está todavía en el comienzo de su carrera de rabino, y la disciplina que impone a sus discípulos es, para los fariseos, aparentemente tolerante. La manera del Señor es bien diferente, se basa en actos de fondo y no de forma. Implícitamente queda claro que no queda abolido el ayuno ni la oración, sino que por el momento están aprendiendo como ha de hacerse estos actos para que tengan merito, para que sean del agrado del Padre.

Nuestros actos, como creyentes, los queremos hacer pensando en Dios, pero como sus iguales, “El que me ve a mí ve al Padre” (Jn.14, 8) Por eso es más seguro ver a Dios reflejado y revelado en Cristo. Y a partir de esa imagen comprender nuestra realidad humana. Es a partir de Cristo que nuestro actos pueden agradar a Dios y porque en el Señor podemos entender mejor lo que somos, lo que debemos ser y como lo debemos hacer. De manera que nuestro ayuno y nuestra oración, lejos de ser actos para tranquilizar la conciencia; estos actos se basan más en lo espiritual, en la intensión, en la relación intrínseca y permanente con Dios, que en simples actos cumplidos por norma, por disciplina.

La metáfora nos muestra a un novio, que supone un banquete, unos odres y un traje. Para que irse a otra fiesta si esta es la mejor, para que otros odres si este contiene el mejor vino, para que un traje distinto si este es el mejor vestido. Con la venida de nuestro Señor Jesús, todo es nuevo, cambian las formas, los conceptos, las maneras, los sentimientos y las intenciones. Todo se encamina a aceptar el Reino de Dios; como invitados por Cristo podremos asistir al banquete de bodas en el Reino de los cielos, donde se vive el amor verdadero con gozo pleno, donde no existe imposiciones, frustraciones ni tristeza.


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