lunes, 9 de septiembre de 2013

De Dios viene mi salvación y mi gloria.


En la primera lectura san Pablo dice que se alegra de sufrir. Al contemplar a Jesús crucificado, el santo siente que esta continuando la gran obra de Jesús, la redención para todos los pueblos. Quien no sea discípulo de Cristo no puede alegrarse al sufrir por la causa. Lo que el santo de Tarso sentía era una alegría inalterable, con tal de hacer su obra de apostolado encomendada por Cristo. Siempre que se quiera trabajar por la salvación de las almas, siempre que se quiera trabajar por la dignidad del ser humano, siempre que se pretenda trabajar por la justicia, habrá quien se oponga, critique y busque como desacreditar y tratar de poner por el piso tal gesta. Pero como san Pablo, no importa los obstáculos se debe predicar y denunciar a tiempo y a destiempo.

Si a nuestro Señor Jesús, que solo vino a librarnos de la muerte y para ello solo hizo el bien, sin tocar nada de lo material que produce envidia; sus contemporáneos no hallaban la manera de encontrar de que acusarlo para acabar con él. Cuanto más difícil será para sus discípulos que se atrevan a trabajar por la salvación de las almas, por la justicia y la dignidad de la persona humana.

Tal vez sin quererlo los católicos nos quedamos solo en actos de trasmisión de la Palabra, para la conversión de los alejados de Dios. Faltaría pues, el complemento para que los conversos encuentren un mejor aliciente de sus vidas, la dignidad y la justicia y ante estos aspectos tan fundamentales y a pesar de ser mandato divino, nos quedamos en la omisión; cuesta ser piedra en el zapato de los causantes de la violencia, de la injusticia y la mentira.

La sanación y la liberación no es tema olvidado por Dios, lo que ha ocurrido es que nuestra fe y fidelidad han disminuido y los dones los da el Espíritu Santo, precisamente para hacer el bien, con rectitud, con verdadera intensión, especialmente con los más necesitados. Dios nos ama a todos de manera personal, quiere que seamos sus manos en el desvalido, quiere manifestar su amor por medio de sus servidores para darnos lección de vida. Aunque este el sol radiante nos falta la luz; y por tanto el enemigo siembra odio, mentira e iniquidad en el hombre. Ante este cuadro quedamos en deuda porque se nos hace difícil llegar donde los que menos cuentan; a grosso modo muchos se hacer servidores del enemigo. Hacer el bien se ha convertido en una carga pesada. Nos falta a ejemplo de san Pedro Claver, a quien la Iglesia recuerda hoy, ir donde el estigmatizado, no con hierro sino por sus condiciones, a llevarle la verdadera alegría y a ser la voz de éste ante los poderosos.


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