martes, 3 de septiembre de 2013

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.


De Nazaret lo expulsan, en Cafarnaúm es distinto, el Señor encuentra personas con fe, allí es acogido y recibido con gusto; sana enfermos y expulsa demonios; difunde su mensaje y enseña con autoridad y todos manifiestan su admiración diciendo: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Ante muchos incrédulos hasta los espíritus del mal lo reconocen y declaran que es el Hijo de Dios. A la admiración de los asistentes de esta población, se asocia la voz del demonio: “Sé quién eres: el Santo de Dios”.

Me atrevo a pensar que en nuestro tiempo, aquellos que predican la inexistencia de los espíritus inmundos que hacen morada en las personas, lo hace por ignorancia, pero sobre todo por falta de obediencia a Dios y a la vez se hacer servidoras del maligno, ya que a éste no le conviene mostrarse, si se hablara sobre su existencia o si se manifestara en forma franca, la gente se convertiría, tendría más fe. Por tanto no le es conveniente para al enemigo declarar públicamente su enemistad con el hombre, hoy lo hace de manera solapada valiéndose, para su acción, de los que carecen de fe, de los que mantienen una vida de pecado.

La cosa es clara, se trata de lo espiritual, no de la materia. Pero el cuerpo se resiste a aceptar que lo espiritual es una realidad, se resiste a reconocer a Dios como el creador, como el omnipotente, omnisapiente , (...) y eterno. Aunque en Nazaret no haya hecho milagros. Allí en Cafarnaúm muestra su autoridad sobre toda creatura. El maligno con poder para sembrar calamidad y violencia, ya queda sin autoridad. La voz del Señor es autoridad y está por encima de todo poder. Allí el Señor se manifiesta como el pastor bueno, que vino a dar vida en abundancia, el que ha venido a servir y no ser servido; proclama un Reino de bondad y sus obras son amor, paz, servicio y entrega.

Frente a la acción del maligno hay que combatirla con la autoridad de Dios, sin ambigüedades. Al mal hay llamarlo por su nombre y hay que combatirlo con nuestra renuncia, con nuestro obrar por amor, con nuestro testimonio; mediante la ayuda divina, es solamente Dios quien fortalece nuestro espíritu para que tenga autoridad sobre nuestra concupiscencia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario