lunes, 16 de septiembre de 2013

Hagan oraciones por toda la humanidad de Dios, que quiere que todos se salven.


San Pablo nos esta aconsejando que debemos hacer plegarias, oraciones, súplicas, ayunos y acciones de gracias por nuestro país por nuestros gobernantes, por las conversiones y por todos los que cometen injusticia; por la dignidad, para que podamos vivir en paz, justicia, fraternidad; para que todos nuestros actos sean agradables a Dios. Para que todos lleguemos al conocimiento de la verdad que es Cristo y que quiere que todos nos salvemos ya que el Señor es el seguro mediador ante el Padre.

En el pasaje del Evangelio nos presenta el encuentro “virtual” de Jesús con el centurión creyente. Aunque en ningún momento el centurión se presenta personalmente a Jesús, se sirve de intermediarios: los dirigentes judíos y unos amigos. Nuestro Señor Jesús ante la fe manifestada, realiza un milagro imprevisto, diferente en su manera. Nos muestra que Dios obra donde quiere y como quiere. Para Dios no hay imposibles, y para obtener su gracia debemos valernos de una fe verdadera. Esta fe tan necesaria puede madurar si observamos a Cristo que nos sorprende, en la forma, el modo y las circunstancias. Es decir si nos fijamos en Él desde el antiguo Testamento, pasando por su dolorosísima pasión, su resurrección y la eucaristía; nos daremos cuenta que estamos frente al Hijo de Dios quien vive y obra en el tiempo y en la historia del hombre.

El centurión del evangelio nos sirve como modelo de fe y la relación con Dios.(“ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado”). Para nuestro Señor Jesús valen más estas palabras, con contenido de una humildad grande y sincera. Este romano sabía ponerse en el lugar de siervo y sabía confiar en el poder infinito de Dios. ¿Nosotros si sabremos confiar en Dios, de esa misma manera? Seguramente que no. Lo que nos indica que carecemos de humildad, para obtener la fe y de confianza en el Todopoderoso, en quien es el dueño de todo, en el único que nos puede salvar, en el que por amor y para ejemplo de amor nos compró a todos a precio de su valiosísima sangre; que a pesar de que le pertenecemos, no confiamos en Él, quien tiene autoridad suprema. No somos consecuentes con lo que decimos: “no soy digno… pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Inconscientemente pensamos que Jesús es lejano, y Jesús ansioso de vivir en nuestra alma. San Agustín, con ojos de fe, creía en esa realidad: «Lo que vemos es el pan y el cáliz; eso es lo que tus ojos te señalan. Pero lo que tu fe te obliga a aceptar es que el pan es el Cuerpo de Jesucristo y que en el cáliz se encuentra la Sangre de Jesucristo».


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