lunes, 23 de septiembre de 2013

El candil se pone en el candelero para que los que entran tengan luz


La primera lectura nos narra un acontecimiento de éxodo después de cincuenta años de exilio, y de ayuda sin distinciones, ayuda física y económica para la reconstrucción del templo de Jerusalén; el regreso del exilio fue el cumplimiento del designio de Dios en orden a la restauración del templo y del culto, como centro de la vida religiosa de su pueblo. Dios suscita a los profetas, y en las horas oscuras derrama una corriente de gracia y proyecta sobre el camino su luz. Dios nos pide docilidad a los signos de hoy, docilidad al dador de vida y creador de lo nuevo, el Espíritu Santo.

Acto seguido, cuando el Señor nos dice que los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la perseverancia. Hoy a nosotros nos dice que seamos como luces que iluminen. La luz que nos propone nuestro Señor Jesús no es la artificial, sino la luz divina. Por tanto viene de Dios. Y que esta luz tiene tanta prioridad y mayor sentido que cualquier cosa material. Capaz de darle matices trascendentes a nuestra vida, por su contenido de la verdad, de alegría y esperanza. “Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí” (SS. Francisco – Lumen Fidei) esta sentencia va en doble vía a unos a iluminar por la gracia, llamando a las cosas por su nombre y a los segundo a escuchar, obedecer y a poner en práctica.

Los dones de Dios, son para el servicio a los demás, no por que queramos sino porque es un mandato divino, no porque sea algo más para decir o para adormecer, sino porque a partir de quien está a mi lado todos somos necesitados de esa luz divina, capaz de transformar el mundo y capaz de dar vida plena. Lo escuchábamos ayer: “Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho”(Lc.16,10). Y lo leemos hoy: “al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo poco que cree tener”, de manera que la luz donada se nos puede quitar o aumentar, depende de nuestra fidelidad. Si somos fieles servidores en lo poco se nos dará más. Si tapamos esa luz providente terminamos apagando todo lo que creemos sea nuestra luz. Es por tanto necesario hacer un alto y reflexionar si en verdad estamos viendo o estamos ciegos, creyendo que vemos y creyendo que levantamos la luz para que otros vean. Esta luz puede iluminar sólo si es reflejo de la luz de Cristo, inspirada por el Espíritu Santo.


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