martes, 17 de septiembre de 2013

!a ti te lo digo, levántate!


San Pablo hoy ilustra cómo ha de ser la persona que llega a desempeñar excelentes funciones dentro de la gran familia de Dios, que somos su iglesia. El Apóstol se centra en las cualidades que deben reunir los que ejercen un ministerio en la Iglesia y su buen gobierno, traducido en servicio. El ejercicio de los ministerios dentro de la comunidad cristiana, obliga a ser persona de altura moral, personas coherentes con la predica. Esa coherencia de vida es lo que da autoridad a su palabra, lo que hace que sean verdaderos guías. De ello depende no sólo el bien de los fieles, sino la imagen que la misma Iglesia proyecta. Pero incumbe, también, para todos, el ejercicio del buen comportamiento, el buen ejemplo de vida. La conducta de los hijos reflejan la buen formación recibida de sus padres, sin justificarnos con lo que se dice “hoy todos lo hacen”.

Cuanto nos cuesta servir; partiendo de los nuestros, por tal se hace difícil entender y sentir el dolor ajeno; nuestro Señor Jesús muestra hoy que no solo vino a servir sino también a dar la vida. Que es el Señor quien toma la iniciativa para socorrer, no hace falta que se lo pidan, Él ve el motivo del dolor del sufriente. La viuda se quedaría sin un respaldo, sin quien le pudiera servir de apoyo para su vida en edad avanzada. Le conmueve el dolor de la viuda, al quedar sola por la muerte de su único hijo. 

El relato nos muestra dos grupos, uno como acompañamiento de dolor y tristeza y otro grupo que acompaña a quien da la vida, que supera la muerte, el dolor y la tristeza. Ante el milagro el gentío se admira del poder de Jesús y lo proclaman profeta, y confiesan "Dios ha visitado a su pueblo". Por gracia muchos entendieron que la visita anunciada desde siglos acaba de realizarse en la persona de Jesús.(cf. Gén 50,24; Rut 1,7 y Lc 1,68). Es así como en efecto Dios no solo se acuerda de sus hijos sino que se conmueve y socorre. En todos los tiempos y para todos el encontrar a Jesús es hallar la vida, pues Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). San Braulio de Zaragoza escribe: «La esperanza de la resurrección debe confortarnos, porque volveremos a ver en el cielo a quienes perdemos aquí».


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