jueves, 2 de mayo de 2013

Considero que no se debe inquietar a los paganos que se convierten a Dios


En la Iglesia hay algo esencial, por no ser cambiante ni perecedero, es la fe en Jesús como único camino de salvación, la clave del amor. Unidos a Él, por don divino recibimos la presencia del Espíritu santo y sus dones para optimizarnos en la tarea de glorificar a Dios con nuestras vidas en la obediencia del mandamiento del amor. Y esta Unión se lleva a cabo mediante los sacramentos, nuestra conversión, nuestra vida de manos limpias y corazón puro, para honrar a Dios en espíritu y en verdad. No son señales exteriores sino la comunión en la presencia de Dios permanentemente para vivir la divina voluntad de Dios.

Es importante todo lo que hemos recibido de nuestros antepasados con relación a nuestra fe, pero estamos llamados es perfeccionar y a madurar esa fe, si permanecemos unidos a Cristo el Espíritu Santo ilumina nuestra vida, para trabajar y acompañar quienes emprenden acciones por la justicia, por la dignidad de toda persona y por la buena administración de toda la creación, de todo lo que Dios no ha dado para la vida de todos. Es la manera de proclamar a Dios con los labios y con las obras, ante todos los pueblos, y así toda la tierra y todos los pueblos alaben y bendigan a Dios y, teniéndolo como centro de su vida, se conviertan en testigos suyos para que muchos más reconozcan al Señor como a su Dios y, juntos en la comunión de los santos tributemos la alabanza perpetua a Dios.

De manera que la permanencia en la presencia de Dios, no es un romanticismo, sino un acontecimiento actuante de salvación propia y de los demás. La permanencia en Cristo es a través de la fidelidad a sus mandamientos en la misma medida en que Él es fiel a los mandatos de su Padre Dios. La exigencia de estos mandamientos no es ya el temor, sino el amor como respuesta a Dios que nos ha amado primero, y nos ha mostrado su amor en la cruz de Jesús.

Si el cumplimiento de los mandatos de los hombres nos hace libres, con mayor razón nos causara alegría el permanecer en fidelidad del mandamiento del amor, entonces si viviremos la alegría desde ahora, incluso en medio de las pruebas, hasta el final cuándo podremos experimentar la alegría plena y la participación del Reino de los cielos, la salvación que ya nadie nos podrá arrebatar; pues viviremos eternamente en el misterio del amor de Dios como sus hijos amados, en quien el Padre Dios se complace.

La paz, venida de Dios, se vive como miembros del “Cuerpo místico de Cristo” – “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Es vivir en la presencia de Dios y la mirada en nuestro prójimo con el ejercicio de la caridad que lleve a la justicia,y asi poder escuchar del Señor: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». (Mt.25,23); mientras esto no sea realidad habremos recibido la paz, pero fácilmente podemos perderla; y en lugar de vivir en alegría, viviremos en la angustia, en la división, en el riesgo de pasar a la soberbia y convertirnos en un signo de muerte para nuestro prójimo; y como resultado la perdida grande será propia personalmente.


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