lunes, 20 de mayo de 2013

¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!


“Muchas y extensas enseñanzas se nos han transmitido mediante la Ley, los Profetas y los otros que han continuado tras ellos; se debe, por tanto, agradecer a Israel por su doctrina y sabiduría. (cf. Rm.9, 4). Toda sabiduría viene del Señor y está en él eternamente. Y la ha infundido en todas sus obras, en todo viviente, conforme a su generosidad, y la ha comunicado a los que le aman”

Con el milagro y la posterior explicación a sus discípulos, Jesucristo nos enseña la necesidad de la oración hecha con fe inconmovible. La importancia del ayuno que mortifica la carne a manera de renuncia a lo material y fortalece nuestro espíritu, para ser ayudado por el Espíritu Santo. Nuestro Señor Jesús, en el dialogo con papá del muchacho va llevándolo a una oración con fe madura; mediante una lamentación “¡Si puedes...!” esto hace reflexionar el pensamiento y su credibilidad del papá del muchacho y también es igualmente valedera para nosotros que contamos con tan poquitica fe. (¿será que Dios si puede?)

Nos debe conducir a una oración sincera, a pedirle al Espíritu Santo que aumente nuestra fe pequeña, bien nos lo decía el Señor comparándola con un granito de mostaza; tan mal formada, siempre hemos creído en primer lugar en lo material, en lo que vemos, en nuestras capacidades y en los demás; sin danos cuenta que somos limitados; mal cimentada, porque hemos relegado a Dios a un segundo o tercer plano; y estos casos tan especiales que tocan directamente nuestro destino eterno, ya como que paso al olvido, como si el maligno no existiera, como que ya no actúa y lo consideramos inocuo. O si reaccionamos frente al pecado, es verdad que la misericordia de Dios es inagotable, pero también en Dios hay justicia. Frente a Dios esta el mandamiento del amor que nos lleva a la obra en nuestros semejantes y la responsabilidad con nuestra propia existencia.

En el presente pasaje, encontramos, también la importancia de la oración y del ayuno. Que además conceptos muy relativizados. La oración – el hablar con Dios – cuando tenemos necesidades, cuando se afectan nuestros sentimientos, cuando debiera ser para alabar y agradecer. El ayuno (la oración permanente nos lleva al ayuno (cf. Jn.4, 23), siendo tan importante para expulsar espíritus del mal, de donde se arrastran y de donde se alimentan como descanso, que es en el cuerpo de barro de quienes se lo permiten; como lo contempla la sagrada Escritura, está casi echado al olvido o si no, al menos relativizado como la ofrenda de Caín. (cf. Lc.11, 24-26 – Mt.12, 43 – Gn. 3, 14)


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