jueves, 23 de mayo de 2013

No te sientas seguro con tu riqueza ni pienses: «¡Me basto a mí mismo!»


Para definir el infierno, nuestro Señor Jesús, retoma dos imágenes que se leen en los profetas la gehena, cementerio y profanación, lugar cercano a Jerusalén y el fuego y el gusano (cf.Is,66, 24) Para nuestro tiempo Dios ha querido mostrarlo de manera directa por medio de algunos en vida terrena, como fue a los niños en la aparición de Fátima y muchas personas que en el tempo han dado testimonio, porque el Señor les ha permitido ver, como revelación para nosotros los que queremos dejarnos amar por Dios. Lógicamente que el incrédulo encontrara razones para evadir; quera decir que hasta no meter el dedo en esas brasas y sentir los gusanos, luego si cree.

El Señor quiere con comparaciones, hacernos caer en la cuenta que nuestro cuerpo es débil frente a la tentación. Como esto es así, nuestro deber es hace frente a las influencias de quien nos puede llevar l infierno perpetuamente, el seductor, por engaño, por mentira, por astucia. También nos puede llevar al fracaso eterno nuestro descuido, por no ser vigilantes de nuestra conducta; por la esclavitud del pecado que nos hace ser servidores del maligno, como es el escándalo, llevar a otros al pecado, a la condenación.

Si meditamos con detenimiento cuanto de esto nos ha ocurrido, sin pensar en las consecuencias, sin ver la responsabilidad frente a la Palabra que nos trae las lecturas de hoy. Cuantos están apoltronados en sus costumbres creyéndose sabios y les parece impropio lo que nuestro Señor enseña. Confiados en las cosas terrenas, no cambian la manera de pensar para ir a una conversión; falta de vida en concordancia con el mandamiento del amor, de la caridad, de ejemplo de vida.

Entrar en el Reino, es decir permitir que Dios sea nuestro Rey. Requerimos en primer lugar nuestra aceptación voluntaria, la conversión y la purificación. Otros dirían, encuentro con uno mismo, para poder encontrase en unión con Dios. No hay vida cristiana sin la conversión humilde por amor. A partir de ahí Dios nos concede la gracia para el progreso espiritual, el crecimiento en la fe, La capacidad de obrar la caridad, las virtudes, de ser para hacer, a manera de la sal que sirve de condimento esencial; en otros términos, nos habilita para vivir en la “divina voluntad de Dios”, la cual se vivirá enteramente después del fin del mal.


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