sábado, 18 de mayo de 2013

Este es el discípulo que da testimonio


Pedro y Pablo son figuras máximas, ejemplares, piezas fundamentales en la tarea de la evangelización, modelos de vida para los discípulos de todos los tiempos. Pablo aunque prisionero, puso toda su intensión para predicar el Evangelio de Cristo. Y allí como suele suceder, muchos lo aceptaron uniéndose al camino (Iglesia católica) y allí ante la persecución de Nerón muere mártir por los años 65 o 66. Igual que Pedro; el primero degollado por ser ciudadano romano y el segundo crucificado.

No sabemos la intensión de Pedro con su pregunta, pero el Señor que lo sabe todo, da una respuesta fuerte; pero lo que sí sabemos es que el destino de todos está en sus manos; y que seguirlo exige testimonio verdadero, fiel, en espíritu y en verdad. De manera que para el seguidor demanda conversión permanente, pureza en sus pensamientos, obediencia, toda su energía y su vida en fidelidad a Jesús. Del destino de los demás se ocupa el Señor. Por tanto nuestra concentración debe ser en la persona de Cristo, sin distraernos en mirar a los demás. Los demás deben estar en nuestra preocupación por su conversión para que se dejen amar por el Señor y lo demás corre por cuenta del Maestro, por acción del Espíritu Santo. A ejemplo de lo que nos aconseja san Pablo: “Tened los mismos sentimientos los unos hacia los otros, sin dejaros llevar por pensamientos soberbios, sino acomodándoos a las cosas humildes. No os tengáis por sabios ante vosotros mismos” (Rom 12:16)

El apóstol amado, personificación de discípulo ideal por el amor al Señor, por su presencia junto a Jesús en la cena, la presencia junto al Crucificado-Exaltado en el Calvario, y otros momentos muy especiales como testigo de Cristo. Ha dado testimonio de lo que ha visto y ha contado lo que ha oído. “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva” esta continuidad indica, más bien, un acontecer cronológico en el espacio y el tiempo. Cada uno de nosotros puede ser el discípulo amado por intercesión de nuestra Madre del cielo, en la medida en que nos dejemos amar por Dios, guiar por el Espíritu Santo y seamos obedientes con fidelidad, es decir permaneciendo y perseverando.


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