viernes, 24 de mayo de 2013

El amigo fiel no tiene precio.


El amigo fiel es más que un tesoro; los que amen al Señor lo encontrarán. El que teme al Señor endereza su amistad, pues como él es, así será su compañero. El sentido profundo de la amistad es el amor común de Dios. «Adorar juntos al Señor», esa fusión de amor profundiza una relación. La fe es el punto común de una amistad espiritual. Jesús revelará que no hay amistad allá donde no se sea capaz de morir por sus amigos -Jn 15, 13. "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". En todas partes encontramos quien quiera ser amigo por interés; viene a la memoria las amistades que le llevaron a gastarse todo el dinero al hijo prodigo (Cf. LC. 15, 14)

Amistad y matrimonio, estado y condición de vida donde se conjuga gran parte de nuestro caminar por este mundo y el Señor nos inspira para vivirla a la manera del amor. Una y otra requieren de sinceridad, de confianza, de lealtad, sacrificio, servicio, el dar sin interés (entre otras). Y de la mejor manera para lograr el gozo es con la ayuda de Dios, nada podemos sin Él. Me pregunto por la manera como el mundo lo propone: amistad mientras de ella pueda sacarse provecho. Y el matrimonio como mandato divino, como obra procreadora a la obra de Dios, con la bendición de Dios y la ayuda de Dios. Ahora bien, podríamos pensar que también hay procreación sin el matrimonio instituido, se da porque Dios respeta nuestra libertad, pero queda sin la bendición de Dios, y esto acarrea problemas espirituales. Como desobediencia pienso en lo que el mundo actual propone al respecto: - casarse hoy mañana cansarse porque otra persona apareció en su camino - casarse hoy para mañana separarse – unirse un hombre y una mujer sin casarse – unirse dos personas del mismo sexo y verlo como matrimonio. Las adopciones desplazando la procreación – la adopción por parejas del mismo sexo.

Nuestro Señor Jesús explica que el verdadero mandato es el que Dios instituyó en el momento de la creación (Gn 2,24); El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad, la indisolubilidad y la fidelidad como comunidad que involucra la vida entera de los esposos. “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19,6). “Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total” (Juan Pablo II, Fam. cons. 19). Es por eso que el matrimonio católico es el que cumple con la voluntad de Dios, pero que en muchos casos nosotros somos los que fallamos.

La vida de matrimonio tiene grandes connotaciones que por dureza de corazón, ignorancia y descuido, se pasan por alto, nos dice el Señor “Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla” y cuantos casos en que por embeleco se puede incurrir en esta falta al mandamiento. En otro pasaje nos amonesta el Señor, “el que se separe de su mujer, es como mandarla a cometer adulterio: el hombre que se case con la mujer divorciada, cometerá adulterio” (Cf. Mt.5, 32). Y continua la ilustración en, (Mt.19,1-12) “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”. El adulterio también se comete cuando: “Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. (Mat 5:28).


No hay comentarios:

Publicar un comentario