miércoles, 29 de mayo de 2013

Que sepan las naciones que no hay Dios fuera de ti


La primera lectura es una súplica a Yahvé para que manifieste su gloria con todo su esplendor en el deseo de que todos los pueblos le reconozcan como único Dios verdadero. Una oración partiendo de los acontecimientos del momento. Ben-Sira escribe haciendo eco al celo del pueblo por el templo de Dios, por la ciudad santa, de Jerusalén; el pueblo de Israel lo sentía entrañablemente. Para nosotros desconocido por que no tenemos sentimientos muy claros por el templo de Dios, la casa donde el Señor hace presencia de manera muy especial; no tenemos muy definido el sentido de pertenencia de lo físico y de sus ministros; más bien por el contrario muchos de nosotros somos hábiles para criticar,. Sin darnos cuenta que estamos persiguiendo es a Cristo, cabeza de la Iglesia. Sin embargo, el Señor no escucha, sino que opta por el camino de su misericordia y amor manifestado en su Unigénito. Dios se ofrece a quien le busca con corazón contrito, sencillo y humilde.

Jesús lo conoce todo, no es un accidente, algo banal o una fatalidad inevitable. ¡Allá se dirige voluntariamente! ¡Es un paso hacia la vida! La finalidad es la resurrección... ¡es la gloria! Es el cumplimiento de la voluntad del Padre, “que todos se salven que nadie se pierda” (1 Timoteo 2:4. Jn.17,3.- …). Nosotros queremos buscar los primeros sitios, sin la santidad, sin los requisitos para obtenerla. Nos aferramos a la creencia de que el Señor es misericordioso, que arregla todas nuestras cosas sin tener que servir, sin reconocimientos de pecado, sin conocer el daño espiritual que hacemos en nuestra alma. Sin conversión.

Ante la petición de carácter mundano de Santiago y Juan, la respuesta de Jesús es una pregunta: “¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?...” Beber la copa y bautizarse, indican, en forma figurada, los dolorosísimos sufrimientos de la pasión de Jesús; un donarse total de sí mismo. Una ofrenda a Dios por nuestro rescate. Un servicio con poder infinito para bien de la humanidad.

Sin embargo el hombre desde antes y en nuestro tiempo continúa la persecución contra la iglesia de Cristo. Pero también, queremos los mejores puestos, sin tener en cuenta los méritos, y mucho menos la voluntad de Dios; en muchos casos sin permitir el reino de Dios, sin el sentido profundo del servicio; es el servicio lo que caracterizará a quien haga las veces del Señor. «No se mueve la Iglesia por ninguna ambición terrena, sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (C. Vat. II, Gaud. et sp. 3).


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