martes, 7 de mayo de 2013

Si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes


Dios es siempre fiel a sus promesas. Él está atento a nosotros porque somos hechura de sus manos e hijos suyos en Cristo Jesús y no se arrepiente de su amor por nosotros. Por nuestra concupiscencia caemos en las tentaciones, seremos mal interpretados y perseguidos, pero Dios jamás nos abandonará ni nos dejará a merced de la maldad ni de la muerte. Somos obra suya, le pertenecemos; por eso nunca podemos perder la confianza en El. Pues Él nunca nos abandonará.

La Palabra de Dios no está encadenada. El Evangelio no puede quedar mudo en nuestros labios, aunque quieran someternos con burlas y amenazas. Habrá el momento para ser testigo del Señor y llamar a otros a la fe. Y esta misión es para todo bautizado, es decir, a toda la Iglesia de Cristo cimentada desde los Apóstoles. Por eso no podemos faltar al mandamiento del amor y la fe, porque seremos condenados.

El unigénito nuestro Señor Jesús fue engendrado por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen. El Espíritu del Señor bajó y se posó en Él, lo ungió y lo envió a Evangelizar a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. Jesús proclama la conveniencia de irse para enviarnos, desde el seno del Padre al Espíritu Santo, quien es la tercera persona de la Santísima Trinidad, y que habita en medio de nosotros en Espíritu.

Esta aquí para condenar a quien no crea en Jesucristo, “Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado”. (Jua 15:22) Está aquí para acusar a quien obre con injusticia. “Si no hubiera hecho ante ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado; sin embargo, ahora las han visto y me han odiado a mí, y también a mi Padre” (Jn15, 24). Esta aquí para dar testimonio de Cristo nuestro Señor, porque el príncipe de este mundo ya está condenado; y se condenaran también, sus seguidores.

Es una obligación reconocer la presencia del Espíritu Sano en medio de nosotros, pues al rechazar su presencia y su actuar no viviremos como hijo de Dios en Cristo, sino bajo la ley del pecado que conduce al juicio y a la condenación. Es el Espíritu Santo quien nos capacita para vivir en la voluntad de Dios, esa capacitación es algo que el mundo no puede asimilar; por tano nosotros decididamente debemos disponer nuestra voluntad y nuestra docilidad a Él, para convertirnos y dar testimonio de la verdad que lleva a la luz, que es Cristo.


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