martes, 30 de abril de 2013

Que tus fieles, Señor, proclamen la Gloria de tu reinado


El Señor nos pide ser portadores de su Evangelio a todas las personas de todos los tiempos y lugares para que todos los seres bendigan al Padre Dios ahora y para siempre. El Señor nos ofrece su paz para disfrutarla. La paz que Cristo nos ofrece no es la serenidad interior, ni el silencio que muchos tratan de lograr a través de ejercicios de tranquilidad. Es superior a la que produce la práctica de culturas de relajación. Es la fortaleza que beneficia nuestro espíritu. Y a medida de nuestra fidelidad y el cumplimiento del mandamiento del amor, aumenta hasta el punto de no querer sentir otro sentimiento diferente.

La paz que políticamente se logre es muy diferente por ser limitada, la paz verdadera solo proviene como don, esta paz nos habilita para trabajar por la justicia; sin la justicia los gobiernos no pueden garantizar paz social. Deseemos la paz que el Señor nos ofrece, lo único que necesitamos y que Él espera de nosotros es que nos dejemos amar por Él; y Él se encargará de hacer su obra de amor y de salvación en nosotros. Es por los sacramentos que contienen un misterio divino y en especial la Eucaristía, es el más visible signo del amor de Dios hacia nosotros, si no lo entendemos de esta manera podemos seguir caminando en la tristeza y la angustia, sin aceptar que Dios sigue haciéndose Dios-con-nosotros, compañero de viaje, alimento de vida eterna, buen pastor, luz y esperanza de quienes creemos en Él. La muerte de Jesús no será obra de los poderosos del mundo sino causa de su fidelidad radical al sueño del Padre y el regreso triunfante a su origen.

Era creencia común entre los judíos que el Mesías se manifestaría a todo el mundo como Rey y Salvador. Jesús, en cambio, habla de su manifestación a quien le ama y guarda sus mandamientos. Esta manifestación se dará como un «habitar» de Dios en el alma del cristiano. Dios había prometido su presencia en medio del pueblo en el Antiguo Testamento. Aquí se habla de una presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en cada persona convirtiéndola en templo digno para la presencia de Dios en Espíritu. Que se da en el alma de quien vive el camino de la humildad para el cumplimiento del mandamiento del amor con fidelidad, este ha convertido su vida en una conciencia de paraíso anticipado. Para recibir la gracia santificante y la protección contra el maligno quien quiere imponrnos agitacion. Pero por desobediencia son muy pocos quienes alcanzan este grado de santidad permanente. Nos quedamos con lo calamitoso y nos perdemos la mejor parte en esta vida y con riesgos de perder la vida fura y eterna.


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