martes, 9 de abril de 2013

Un solo corazón y una sola alma - en Cristo


La vida que nos une y que es inspirada por el Espíritu santo ha de manifestarse en obras espirituales y materiales, es el actuar en caridad poniendo nuestro esfuerzo para no perder la unidad. Una familia o una comunidad se sostienen con la capacidad de amar. “Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades”.

Nos encontramos ante una pregunta muy importante sobre el renacer de lo alto para poder entrar al Reino de Dios: ¿Cómo puede ser esto? Nuestro Señor Jesús mediante el diálogo con Nicodemo, quien fue de noche a ver al Señor para que no lo delataran - por ser un miembro del Sanedrín de Jerusalén – se nos presenta una revelación clara de quién es Jesús, cuál es la salvación que nos trae a los hombres, y la condición para alcanzarla: la fe y la misión que se recibe en el Bautismo bajo la acción del Espíritu Santo.

Existen dos nacimientos; Uno es de la tierra y otro es del Cielo; uno de la carne y otro del Espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad; uno de hombre y mujer, y otro de Cristo y de la Iglesia. Los dos son únicos. Ni uno ni otro se pueden repetir». (S. Agustín, In Ioann. Ev. 11,6).

Dando muerte a lo viejo podemos acceder a la nueva vida. (...) Nadie se libera del pecado por sí mismo y por sus propias fuerzas ni se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud. Todos necesitan a Cristo, modelo, maestro, libertador, salvador, vivificador» (C. Vat. II, Ad gent. 8).

Teniendo a Cristo con nosotros, estando unidos a Él por la fe y el Bautismo, no nos quedemos inútilmente contemplando el dolor y la pobreza de nuestros hermanos. Tener un sólo corazón y una sola alma no es sólo vivir en paz con quienes nos rodean por no tener conflictos con ellos. Nosotros hemos de dar testimonio de lo que hemos visto: Que Dios se despojó de su propio Hijo para dárnoslo en oblación por nuestros pecados y que el Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, pasó haciendo el bien a todos los hombres. De manera que nuestro testimonio no puede ser solo de palabras. Si la Iglesia, que somos todos nosotros, queremos ser creíbles, hemos de vivir según el estilo de vida que nos dejó el Señor.


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