sábado, 27 de abril de 2013

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre


Para nosotros es difícil entender porque hay fuerzas poderosas del mal que impiden la acción apostólica, la conversión y el asentamiento del Reino de Dios. En el fondo el alma lo pide pero priman las costumbres, los vicios y la vanagloria: soberbia, esta es la más difícil de erradicar para el creyente. Pablo esperaba una respuesta positiva, la cual era de esperarse, debido a los acontecimientos y la presencia de Dios en medio de los hombres. Aquellos como nosotros hoy, nos resistimos a dejar en segundo plano lo temporal y poner como principal y necesario a Dios. Sin embargo la evangelización se debe al carácter universal imprimida por el Espíritu Santo que ofrece a todos la única gracia capaz de salvar, superando todo lo humano.

Jesús recalca el conocimiento del Padre. Quiere que seamos totalmente impregnados de la certeza de su existencia y sus atributos divinos. Enfatiza que El y su Padre son una misma realidad divina; en comunión íntima y tan profunda, hasta el punto que quien ve a Jesús -el Hijo- ve al Padre. Y que creer en Jesús es creer en las obras que él realiza como provenientes del Padre. Si decimos tener fe en Jesús, esto  va más allá de una sencilla adhesión; implica un modo de obrar según el obrar del Padre revelado en la persona de Jesús. Por la fe Cristo hace obras sobrenaturales para glorificar al Padre. Por la fe madura, se le permite al Padre llevar adelante, a través de nosotros, la obra de la gracia que empezó en su Hijo: «El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago» ---“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Notemos que lo difícil para el creyente es madurar en la fe. Leemos en el Catecismo - 166 “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros


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