sábado, 20 de abril de 2013

La Iglesia crecía en número, asistida por el Espíritu Santo


La primera lectura acontece hacia el año 37. Poncio Pilato ha tenido una muerte violenta. Vitelio Marcelo es ya el nuevo procurador. Al recibir la noticia de la muerte de Tiberio, Vitelio abandona la campaña contra el rey nabateo Aretas IV y está a la espera de órdenes. En Jerusalén han destituido al sumo sacerdote Jonatán, hijo de Anás, y puesto en su lugar a su hermano Teófilo. En Roma Cayo César Augusto Germánico, llamado “Calígula”r, es el emperador. Un amigo suyo, y tan libertino como él, Herodes Agripa, nieto de aquel Herodes que causara la muerte de los inocentes de Belén, pronto se hará con el poder en Galilea y otros territorios limítrofes con el favor del nuevo soberano. Lucas nos dice: “Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se iba construyendo, progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba, alentada por el Espíritu Santo” (Hechos 9,31). Pedro en Jerusalén; Pablo y Bernabé, en Tarso. Pero ahora el apóstol Pedro recorre todas aquellas regiones, visitando las comunidades, alentando y anunciando la Buena Nueva: ¡Cristo ha resucitado!

En una de sus salidas bajó a Lida, una pequeña ciudad a unos 50 kilómetros de Jerusalén en dirección a la actual Tel Aviv. Allí curó a un paralítico, Eneas, que, como nos detalla una vez más el médico Lucas, “desde hacía ocho años no se levantaba de la cama” (Hechos 9,33). No lejos de Lida, en Jafa, en hebreo Yafo, “la hermosa”, y hoy día el barrio antiguo de Tel Aviv, al saber los discípulos que Pedro estaba cerca, le enviaron dos mensajeros para que fuese a verlos, porque “una discípula llamada Tabita (es decir Gacela), que hacía infinidad de obras buenas y de limosnas” (Hechos 9,36), había fallecido. Necesitaban consuelo y tal vez abrigaban la esperanza de que Pedro hiciese en Jafa lo que hacía en Jerusalén. Ya lo había dicho Jesús: “Cualquier cosa que me pidáis alegando mi nombre, la haré” (Juan 14,14) y el Espíritu Santo alentaba a los discípulos a creer en la palabra del Señor. Es muy emotiva la escena en que un grupo de viudas muestran a Pedro los vestidos y mantos que la difunta hacía. Hasta se ha hablado de un pequeño taller en el que aquellas mujeres encontraban empleo.

Dios, el Dios de la vida, para librarnos de la muerte, ha enviado a su propio Hijo, el cual hecho uno de nosotros ha dado su vida para que nosotros tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Dios nos concede el pan pasajero el que no puede dar vida y la gracia para disfrutarlo y asimilarlo, como sustento para nuestra naturaleza. Pero solo Jesús es el Pan bajado del cielo y que da vida eterna y para ello nos ha dejado su Palabra y en forma misteriosa ha querido quedarse en las especies consagradas como alimento sobrenatural, espiritual para quien se acoja a Él. Parece imposible para nosotros simples mortales; pero lo imposible, es posible para Dios. Es el Padre Dios quien toma esta decisión de entregarnos a Cristo para que se lleve a efecto la alianza nueva y eterna. La Eucaristía culmen del católico y lugar de encuentro con el Dios de la Vida. Mediante su Cuerpo y su Sangre somos habilitados para la Vida eterna.

Sábado día de nuestra Madre celestial, es propicio acudir a ella para que nos ayude a entender los misterios y gozar de ellos, siendo la primera en recibir el Cuerpo divino de Cristo.

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