lunes, 8 de octubre de 2012

Señor Dios, qué valioso es tu amor


El Evangelio no es sólo una colección de hechos o discursos, también establece un orden, mostrando las grandes líneas del mensaje resaltando la figura del Hijo de Dios hecho hombre. La parábola relaciona el mandamiento del amor en la historia del buen prójimo. El acto de misericordia de este samaritano lo expuso a riesgos, superando la enemistad que existía entre judíos y samaritanos. No hizo cálculos de lo que vendría luego. Permitió que Dios manifestara su amor a través de él.
En Lev 19,18 se lee el mandamiento de amar al prójimo, pero antes no había suficiente claridad de quien era el prójimo, le tenían como alguien muy cercano sin verle pasando sus fronteras. Por eso nuestro Señor Jesús amplia la noción de prójimo, más allá de lo que obliga la Ley. Es ver y parar.

Quiere darnos a entender el amor verdadero y universal, que nace de un toque interior más fuerte que el peligro, un amor que no se detiene aunque se vean los riesgos que se corren. Como que la pregunta se queda sin respuesta pero le dice: sé tú capaz de “hacerte” el prójimo del necesitado por doquier. Jesús quiere abrir un horizonte más amplio, con el que "tendrá vida". ¡De qué manera tan distinta sonaría el evangelio en nuestros días si surgiese de este modo y no como dardos a nuestro servicio, por nobles que aparentemos!

La imagen nos refleja un dolido del cuerpo, con un poco de detalles con significado particular; para abreviar, también hay, y por montones a nuestro alrededor sufrientes espiritualmente a quienes les debemos hermandad y acción para su salvación que va mas allá de las dolencias del cuerpo físico.

La primera lectura en “Gálatas”, nos ilustra lo que pasa cuando no vivimos la voluntad de Dios y la acción del Espíritu Santo, Imposibilitan el sentimiento del amor verdadero y la acción como prójimos; surge, entonces, orgullo, indiferencia, egoísmo, prejuicios, las diferencias.
Y en el orden católico: cuando no se da en nosotros el fuego o ardor que lo produce el Espíritu Santo, o lo dejamos apagar. La caridad se vuelve servicio social. La catequesis se hace adoctrinamiento. La evangelización en propaganda religiosa. La vida de la Iglesia se apaga y no se le ve su sentido trascendental. La predica en pura palabrería incapaz de irradiar y comunicar la Buena Noticia de Dios y las consecuencias. La audacia para la misión desaparece. Y aun más: Sin el Espíritu Santo, Cristo se queda en un personaje histórico. El evangelio es letra muerta, no convence. A la Iglesia se le ve y actúa como una organización. Hay una divergencia entre la teología y espiritualidad. Las puertas de la Iglesia se abren muy poco. La liturgia se entumece. Los carismas se ahogan. La acción apostólica se asume como una actividad profesional. La trascendencia y el sentido de la vida se le asumen como instinto de conservación. (…)


No hay comentarios:

Publicar un comentario