viernes, 12 de octubre de 2012

Los ojos del Señor están puestos en sus hijos


"Belzebú", nombre de un antiguo ídolo filisteo, que ahora se usaba para indicar al demonio.
La lógica de Jesús no tiene réplica; las circunstancias son idóneas para que Jesús deje claro quien es Él y quien el demonio. O se le acepta y se le sigue radicalmente, o simplemente no se le acepta, para permitir el instigamiento del enemigo.

Nuestro Señor Jesús nos deja ver claramente los poseídos de espíritus malignos y nos deja adivinar dónde están los esclavos del demonio que siempre está detrás de toda conducta malvada, del ser humano; se pueden identificar como los propagadores de rumores, calumnias, engaños y mentiras, (por ignorancia o como servidores consientes) y que para ello se valen de cualquier medio.

Con el dedo de Dios. Es la misma expresión usada en Ex 8,15 para indicar el poder de Dios que obra milagros en nosotros cuando vivimos su divina voluntad.
El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” Esta sentencia parece contradecir lo que se dice en Lc 9,50: “el que no está contra vosotros con vosotros está”. Acá se trata de los que contradicen al Señor y allí son los que actúan en nombre del Señor.

La casa de que habla Jesús, podrá ser cualquiera de nosotros (Heb 3,6)
Es cuando sacamos a Dios de nuestro corazón para permitir la morada el maligno, causante de la muerte; que oculta la paz, el contenido espiritual y hace ver solo lo material pero que después pasa la cuenta e cobro con desgracia. Se hace horrible la mansión en la que al Amado lo hacemos ausente, lo echamos fuera. Esta casa se deteriora, se hace ruinas, se llena de suciedad y desorden. La casa abandonada llega a ser, según una palabra del profeta, “Allí se reunirán chacales y hienas, una cabra salvaje llamará a otra; también allí se detendrá Lilit, (femenina del maligno) encontrará lugar de reposo” (Is 34,14).

Si volvemos a Dios y hablamos con El, entonces «Dios le hará justicia» (Lc 18, 1.7) Purificara nuestra alma de toda maldad. Será para él «una esposa sin mancha ni arruga» (cf. Ef 5,27). Dios entra en el alma contrita y fervorosa, hace de ella su trono de gloria, se asienta en ella y allí permanece, conduce la vida humana con la verdad, luz, alimento y bebida, pero especialmente la habilita para la vida eterna en la comunión celestial. Además es su gran voluntad permanecer con nosotros por amor, porque sabe de los peligros que acechan nuestra alma, que en cualquier momento nos pueden confundir y engañar con la mentira y que podría tener resultados catastróficos para nosotros. Recordemos que la lucha no la podremos librar solos porque como nos lo indica san Pablo: “no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires” (Ef.6,12)


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