Mientras
el Antiguo Testamento exigía la pena de muerte para quien hubiese blasfemado, a
fin de salvar el honor de Dios y evitar que su cólera cayera sobre la comunidad.
Jesús sabe hasta dónde llega la estupidez humana; de ahí que no se defienda
como hacen los grandes de este mundo. Pero algo bien desigual era llamar obra
mala a lo que era evidentemente bueno. Atribuir al espíritu del mal, una obra
manifiestamente buena es el pecado contra el Espíritu Santo que no es perdonado.
(cf. Mt.12,23)
La
levadura o propagación de hipocresía no es sinónimo de falta de compromiso, mas
bien es cuando el creyente se comporta de manera diplomática preocupado ante
todo de no perder sus amistades, y no hace vida el Evangelio porque priman
los intereses propios del mundo.
Ya
nos hablaba nuestro Señor Jesús “no teman”, cuando invitaba a no buscar la
seguridad en el dinero. Ahora añade: “Si ustedes no pueden abandonar sus
temores, piensen dónde está la mayor amenaza. Dios no amenaza con “echarnos al
infierno”, más bien recuerda que perderle a Él es perdernos a nosotros mismos. Como
pudiéramos desconfiar de Dios si en diversos pasajes de las Sagradas Escrituras
nos asegura que constantemente cuida de nosotros con amor y desvelo; que nos
lleva y llevará siempre en su regazo, sobre su corazón y en sus entrañas, no se
olvida de nosotros, que nos perdona, que nos guía para que tengamos vida; y no
se conforma con decírnoslo, sino que lo afirma y repite.
Los
hombres pueden quitar la vitalidad del cuerpo y solo queda en ellos su culpa. Los
hombres, también pueden volverse perseguidores con ideas anticristianas, que
matan. Cuando se niega o se oculta la verdad revelada, cuando se adoctrina con
la ideología de la “nueva era” que es la carta de aceptación del anticristo.
A
quien “temer”, al pecado que nos hace propagadores del mal; puesto que al
imponer nuestra voluntad esta se hace sentencia frente a Dios. Por voluntad nos
separamos de Dios y por voluntad nos hacemos servidores de quien verdaderamente
debemos “Temer”, al príncipe de este mundo, seremos tomados por este para
desgracia eterna junto a el.
«Si
eliges vivir bien aquí, no serás enviado a las penas eternas. Dado que aquí no
puedes elegir el no morir, mientras vives elige el no morir eternamente» (San
Agustín).
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