viernes, 19 de octubre de 2012

Hasta los pelos de su cabeza están contados


Mientras el Antiguo Testamento exigía la pena de muerte para quien hubiese blasfemado, a fin de salvar el honor de Dios y evitar que su cólera cayera sobre la comunidad. Jesús sabe hasta dónde llega la estupidez humana; de ahí que no se defienda como hacen los grandes de este mundo. Pero algo bien desigual era llamar obra mala a lo que era evidentemente bueno. Atribuir al espíritu del mal, una obra manifiestamente buena es el pecado contra el Espíritu Santo que no es perdonado. (cf. Mt.12,23)

La levadura o propagación de hipocresía no es sinónimo de falta de compromiso, mas bien es cuando el creyente se comporta de manera diplomática preocupado ante todo de no perder sus amistades, y no hace vida el Evangelio porque priman los intereses propios del mundo.

Ya nos hablaba nuestro Señor Jesús “no teman”, cuando invitaba a no buscar la seguridad en el dinero. Ahora añade: “Si ustedes no pueden abandonar sus temores, piensen dónde está la mayor amenaza. Dios no amenaza con “echarnos al infierno”, más bien recuerda que perderle a Él es perdernos a nosotros mismos. Como pudiéramos desconfiar de Dios si en diversos pasajes de las Sagradas Escrituras nos asegura que constantemente cuida de nosotros con amor y desvelo; que nos lleva y llevará siempre en su regazo, sobre su corazón y en sus entrañas, no se olvida de nosotros, que nos perdona, que nos guía para que tengamos vida; y no se conforma con decírnoslo, sino que lo afirma y repite.
Los hombres pueden quitar la vitalidad del cuerpo y solo queda en ellos su culpa. Los hombres, también pueden volverse perseguidores con ideas anticristianas, que matan. Cuando se niega o se oculta la verdad revelada, cuando se adoctrina con la ideología de la “nueva era” que es la carta de aceptación del anticristo.
A quien “temer”, al pecado que nos hace propagadores del mal; puesto que al imponer nuestra voluntad esta se hace sentencia frente a Dios. Por voluntad nos separamos de Dios y por voluntad nos hacemos servidores de quien verdaderamente debemos “Temer”, al príncipe de este mundo, seremos tomados por este para desgracia eterna junto a el.

«Si eliges vivir bien aquí, no serás enviado a las penas eternas. Dado que aquí no puedes elegir el no morir, mientras vives elige el no morir eternamente» (San Agustín).



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