Perseverancia y bondad, virtudes humanas. Y para nuestro crecimiento espiritual es por medio
de la oración, que regularmente la conducimos “para obtener” seguramente,
también con lecturas con contenido pero nuestras inquietudes impiden verlo. En
primer lugar el propósito de la oración ha de ser el reconocimiento de la
bondad y todos los demás atributos de Dios uno y trino, para glorificarlo y manifestarle
nuestro agradecimiento. La oración debe contener, además, una expresión sincera
de lo que somos, de lo que nos falta para una conversión verdadera, una
búsqueda en la que se descubre a Dios y nos descubrimos a nosotros mismos, para
obtener flexibilidad al Espíritu Santo que en persona quiere habitar y hacer
presencia activa en cada uno de nosotros.
La
oración también puede ser por mediación; aparentemente la Sagrada Escritura no lo
dice, pero hay una figura que nos lo afirma, la intercesión de la santísima Virgen
en los acontecimientos en las “bodas de Canaán”. Los santos Ángeles guardianes
son nuestros corresponsales, según san Pablo (Gl. 8,26) “No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo
pide por nosotros, con gemidos inefables” de
modo afirmativo nos lo dice el Señor en (Mt. 18,10) “os digo que sus ángeles en
los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre”
Las
personas nos pueden ayudar en lo material y cuando estas son buenas también en
lo espiritual, porque es la acción de Dios por amor a sus criaturas. Lo
espiritual solo viene de Dios, es preciso confiar en la presencia y la obra del
Espíritu Santo que habita y trasforma, habilita nuestro espíritu y nuestra alma
para la vida eterna.
La bondad, la confianza y la perseverancia y sobre todo la conversión a lo infinitamente bueno
propuesto por nuestro Señor Jesús quedan ilustrado con la parábola del amigo
inoportuno y con la garantía que Dios nunca dará nada que no sea útil y
saludable para quienes se empeñan en vivir de acuerdo a su santa voluntad.
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