martes, 2 de octubre de 2012

Dios protege al que confía en Él.


Lo importante no es el poder de dominio, sino la capacidad de servicio lo que identifica al cristiano. Nuestro Señor Jesús designa “pequeños” unas veces a los niños y también a la gente sencilla. Con el ejemplo del niño como uno de los preferidos destinatarios de su misión; quien acoge a este servidor desvalido acoge también al Padre y al Hijo.

Al menos los discípulos le preguntaron al Señor. Hoy por cualquier medio nos hacemos los más importantes. Los celos misioneros son descalificados por Jesús, pues una cosa es que los discípulos constituyan el grupo más cercano a Jesús y otra, que se consideren los depositarios exclusivos del anuncio del reino. La universalidad no se refiere sólo a los destinatarios, sino también a los llamados para el discipulado.

La radicalidad del Evangelio nos exige tomar opciones claras y coherentes: por el proyecto de Jesús que es la vida, o por el proyecto del mal que se hace cultura y muerte. Reflexiona sobre la educación que reciben los niños (futuro de la humanidad) por los diferentes canales, en su mayoría son enseñanzas que van en contravía de las virtudes y de lo que Dios quiere para cada uno, la salvación, su crecimiento espiritual, su crecimiento en valores para llegar a una vida digna. Pero como hacerlo si carecemos del conocimiento de la verdad; creemos que lo fundamental es lo material. No podemos servir a dos señores (Mat_6:24). ¡Ay del mundo...! Jesús nos invita a tomar conciencia del pecado tanto individual como social: las estructuras malas serán derribadas de cualquier manera, con dolor y sangre (Lc 23,28s).

Dios nos ama tanto porque el sabe del valor que tenemos y que nosotros desconocemos el fin para el que hemos sido creados, nos envió a su único Hijo para nuestra redención y nos da uno o mas ángeles para que nos cuiden, para interceder por nosotros con gemidos inefables.(Rm. 8, 26)
He aquí que yo enviaré un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te conduzca al lugar que he preparado”(Ex.23,20). Si estuviéramos bien compenetrados en la verdad y en la presencia que Dios hace en nosotros, ¿cómo podríamos hacer el mal? Cambiaría nuestro comportamiento de pensamiento, de palabra, de obra y sin omisiones – seriamos mucho más agradables a Dios... Dios le dice a Abraham: "¿Quieres ser perfecto? Camina en mi presencia" (Gn 17,1).


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