miércoles, 5 de septiembre de 2012

Es necesario que yo anuncie también a otras ciudades el Evangelio del Reino de Dios


Nos dice san Pablo: “Anteriormente no pude hablarles como a hombres movidos por el Espíritu Santo, sino como a individuos sujetos a sus pasiones. Como a cristianos todavía niños, les di leche y no alimento sólido, pues entonces no lo podían soportar”. Cuando el hombre no ha llegado a una verdadera conversión con renuncias y cambios profundos, lo que se diga como aclaración de la Palabra de Dios, suena en su interior como un latigazo que enciende la soberbia. Preferiblemente quería la Palabra de Dios solo literalmente. Nos dice san Juan 21,26: “Jesús hizo también otras muchas cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros”. Y esas muchas cosas que no fueron escritas es lo que el Espíritu Santo da claridad por medio de los que han sido sensibles a su divina inspiración. Pero también espíritus del mal penetran en el interior de muchos que creen estar llevando el apostolado de Cristo, para acomodar la doctrina a su conveniencia o interés, con falsedad.

En nuestro Señor descubrimos a través de su Palabra las cosas sobrenaturales y excepcionales que nos mueven en especial la intimidad que existe en la Trinidad Santa, su unión estrecha y constante con el Padre. Y lo más admirable el amor por las almas, por la dignidad del hombre, por la justicia y su misericordia por los enajenados por dolencias o por espíritus; su gran afán por dar el anuncio de salvación a todos, lo urgente es la misión para lo cual ha venido.

Cuando se hizo de día, salió hacia un lugar solitario” oraba no por alguna necesidad personal sino por nuestro desvío, por nuestra necesidad de Dios, por nuestro acatamiento a las influencias del maligno por medio del engaño y la mentira, con astucia. La presencia de nuestro Señor Jesús le causa rabia y molestia al diablo, porque reconoce que la presencia de Dios perturbaba su vergonzoso descanso en los cuerpos. Esta manifestación se puede comparar cuando la persona siente que Dios es un estorbo, cuando siente apatía por la Eucaristía, cuando siente pereza por la oración y la sinrazón de lo espiritual.
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