jueves, 7 de junio de 2012

El Señor es mi pastor, nada me falta


Los seiscientos trece preceptos de los judíos estaban relacionados con el servicio y el comportamiento, no contenían el amor. Y el Señor condensa todo en solo dos, les propone el mandamiento del amor a Dios y a los hombres. Sin embargo Deuteronomio habla repetidas veces de amar a Dios (6,12; 13,4; 30,15...), se está dirigiendo al pueblo de Israel y lo hace para exhortarlo a no tener otro Dios fuera de Yavé.

El maestro de la Ley plantea una pregunta interesante que el Señor aprovecha para poner el acento en todo tu corazón, toda tu alma, cambia el sentido del tú, pues ahora le toca a cada uno llenar su vida con ese precepto. Amar a Dios no es un mandamiento como los demás, que señalan obras precisas que debemos cumplir o abstenernos. Ahora toda nuestra existencia está implicada en esto de amar a Dios. Esta es la razón de por qué el amor de Dios no se presenta a partir de Cristo como un mandamiento, sino como el primer fruto del Espíritu que Dios da a sus hijos (cf. Rom 8,15). Dios es el primer amado como lo proclamamos en el “Padre Nuestro”(cf.Mt 6,9-10); (cf.1Jn 4,17), muy especialmente en la persona de su Hijo: (cf.2Cor 5,15; 1Pe 1,8). No hay auténtico amor al prójimo sin ese amor a Dios (cf.1 Jn 5,2).

Estando en conversión permanente oramos a Dios, El nos devuelve amor, nosotros retribuimos algo de ese amor y El nos devuelve la gracia para amar a los demás y a nosotros mismos. (cf. Lc. 10,27-28)

“Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”(Mt. 22,39), no falta quien quiera interpretar basados en este adjetivo para dar a entender que el amor al prójimo pudiera sustituir al amor a Dios. El hombre ha estado tentado de reducir la Palabra de Dios; más hoy día que se ve solo lo inmediato y material. Pero de nada le sirve “¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo?” (Mc. 8,36)

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